Hoyo pelota

Felix Peyre
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Pinceladas de nostalgias y sanos sentimientos para evocar vivencias de la infancia que jamás se olvidan y anidan en un rincón del corazón. Aporte de Carlos A Mallaviabarrena que compartimos con nuestros lectores.


Sueño de ganador, ¿Qué niño no piensa en la gloria?; intervienen personajes del barrio, la escuela, padres de alumnos. Van y vienen, provocan, juegan, trabajan, ríen. Mario y yo salimos con una caña tacuara larguísima, yo adelante, el venía detrás; de la vereda a la cuneta hay más de medio metro, hago un movimiento hacia mi izquierda y la caña lo corre a él a la derecha… ya no quedaba vereda. Mario creyó siempre que lo hice a propósito; nunca me perdonó el enchastre que el barro produjo en sus ropas y cuerpo.

Una pelota de trapo perfecta, redonda y bien cosida, dentro de ella se suceden como capas de cebolla apretujadas, hojas de diario, la media que los envuelve ya no admite más zurcidos, de ahí su destino final heroico, aunque es alegremente reemplazada cuando aparece una Pulpo chiquita o una de tenis re gastada.

En la cabeza de alguno surgió “-juguemos unas escondidas, cuenta Fito gritó otro-“ y rajamos todos a buscar escondites, elijo un lugar lejos de la piedra y atrás llegó Titi presurosa.

Sueño de fiebre, angustiante, una persecución infinita por pasillos blancos y brillantes, mis piernas parecen inmóviles, como que no responden a mi desesperación de huida.

Los preparativos frenéticos en el “cole”, se parecían a todos los arreglos previos a un 25 de mayo o Navidad o el Día de la Bandera, movimientos espasmódicos, errores en las aplicaciones, faltante de sillas, mientras el reloj no se detenía para ellos, parecía correr más veloz hacia la hora fijada solo para perjudicarlos.

Los padres, maestros y curiosos colaboradores, a fuerza de fatigar baldosas y galerías parecieran llegar al final, en tanto con pañuelos y toallas secaban el sudor de caras y cuellos, paran el mundo, el reloj se acerca al punto exacto, faltan dos minutos, entran las autoridades, luce entre ellas encima de una mesita asustada, EL TROFEO, deseo mudo de todos pibes presentes- el escenario cobra nueva vida y a la hora exacta llegan las palabras deseadas, “Recibamos con un fuerte aplauso al artífice y merecedor de este maravilloso acto, con nosotros, el Campeón, el mejor de todos, adelante David”, mientras mis patitas tiemblan y siento que me caen encima todos los aplausos, voy raudo al lugar soñado …, lo logré”.

Luisito tira la perfecta pelota de trapo que lenta cae en el hoyo 3, es el mío rajo a buscarla y como flecha (creo yo) corro a los 5 compañeros del singular juego buscando una espalda que inhiba los infinitos y socarrones modos de errar que siempre acompañan mi puntería … y “PUM” antes de que pisara la línea de Libres, que es como el picadero del indócil potro de una jineteada, le hice trepidar la cabeza a Ramito, objeto del deseo de mi insólita puntería.

Y así transcurre esa tarde entre Hoyo Pelota y Escondidas.

En estas me tocó esconderme en una guarida tan segura como lejana y para mi inocente sorpresa, Titi buscó el mismo lugar tembloroso donde por primera vez, vimos nacer Villa Cariño y fue también la primera vez que disfruté jugar Escondidas, vaya uno a saber.

Hasta que Fito apareció con una pelota de tenis que su hermana había gastado casi hasta la goma en Estudiantes. Y corrimos todos, otra vez, a la línea de tiro puestos cada uno frente a su hoyo; el juego con una bocha de tenis adquiere otra dinámica porque su condición lo hace más preciso, más ágil y al pelotazo más sabroso, aquí disparar no es cobardía, cuando la bocha te pega, arde.

La pelota de trapo muy deformada y un tanto descocida, pedía a gritos una reparación, ella necesitaba una nueva oportunidad en estas felices rutinas del barrio con los campeones de la vida.

Fito, Titi, el Conejo, Ramito, Jorge, partieron a sus casas; agarré la pelota de trapo, me agaché y limpié con ella mis zapatos, me salivé las rodillas, debía borrar todo vestigio, prueba irrefutable de que no había hecho los deberes. Camino rápido y repica en mi cabeza un ruido ensordecedor y acompasado como si llegara a un podio.

-Que tenes en el cuello” pregunta Mamá al descubrir un círculo rojo en la nuca “-anda, anda, lávate y te pones YA a hacer los deberes”, yo, con inigualable agilidad intento vanamente de esquivar el coscorrón sin suerte.

Allí el podio se volvió incierto y la imagen del laberinto brilloso, caprichosamente infinito. A mis piernas las siento paralizadas aunque creo moverlas ferozmente rápido, es el sueño de mis noches febriles, cuando el sobresalto salvador me despierta justo en el instante que ese alguien que nunca pude ver, estaba a punto de atraparme … quedo transpirado, fatigado y sin premio.


Carlos Mallaviabarrena

Tigre, diciembre 1ro. de 2019

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