“Logré lo que quería”

Felix Peyre
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La conmemoración del día del mecánico automotor (24 de febrero) motivó el encuentro a modo de homenaje por sus 46 años de trayectoria. No hizo otra cosa y no haría nada ajeno a su oficio. La infancia y los años juveniles. El furor del Citroën y las exigencias del avance tecnológico. Una línea de conducta y la armonía familiar.

José Madrino (62) se inició en la mecánica del automotor en plena adolescencia. Quizás no imaginó que ese primer trabajo se prolongaría toda la vida, aunque era su verdadera vocación. Las palabras y los gestos de José transmiten el sentimiento de un hombre que hace lo que le gusta, con dedicación, esmero y absoluta responsabilidad.

Nació en Trenque Lauquen, donde estuvo poco tiempo. “La familia de mi madre era de allá. Y después mi padre tenía un campo en la zona de “La Manuela”, cerquita de Curarú. Ahí nos criamos hasta los 11 años pero por problemas de salud de mi padre tuvimos que trasladarnos a Pehuajó donde ha transcurrido toda la vida”.

“La escuela primero fue en un tranvía en el campo y cuando llegué a Pehuajó terminé en la escuela 9. Luego me inscribí, no sé por qué, en el Colegio Nacional. Ese año iba a sorteo, porque había muchos, y quedé libre. La única que me podía absorber fue la Escuela Técnica. Fue como esos regalos de la vida, se me dio todo lo que quería hacer. Era lo mío”.

EL PRIMER TRABAJO
En el año 1973, José Mandrino integró la primera promoción de técnicos electromecánicos de la ENET nº 1, pero dos años antes había incursionado el particular mundo del taller donde se entremezcla la grasa en las manos con el calor de un amargo bien cebado. “En el año 71 empecé a trabajar mediodía en un taller mecánico con Vicky Quarteroni. Tenía 15 años y estuve ahí hasta el año 77”, recuerda y añade:

“El taller estaba en Varela 999 y hacía monomarca, Citroën solamente. En 1977 me fui a trabajar en la Avenida San Martín al 700 con dos muchachos que también hacían Citroën, Oyhanarte y Ramos, que a su vez eran los dueños de la confitería Toskos. Así que hice un combo, con ellos en el taller y trabajaba de portero, en la confitería, los fines de semana”.


EL TALLER PROPIO
Sin duda como dijo algún poeta en esta actividad siempre hay que “poner amor y buena grasa”, además de esfuerzo, perseverancia y responsabilidad. Y Mandrino tenía muy claros sus objetivos:

“En el año 1982 ellos cierran el taller. Yo ya veía la posibilidad de ponerme solo y así fue en ese mismo año. Durante cuatro años con un socio, en Adolfo Mitre 140 donde ahora hay una sodería. Y estuve en sociedad hasta el año 86. Después seguí solo hasta 1989, en que me pude hacer un taller en la calle Andrade 1251, donde actualmente estoy”.
El avance de la tecnología y los vaivenes de las marcas automotrices implicaban actualización y renovación. “Ya pensando en el futuro y viendo que Citroën se terminaba, fui incorporando nuevas marcas y actualizando profesionalmente para lo que venía. Ese fue un primer paso. Más adelante con el advenimiento de la inyección electrónica. Había que aggiornarse o quedábamos en el camino. Y gracias a varios cursos se logró tener una especialización”.

EL CITROËN, SU FUROR Y SU EXTINCIÓN
Quienes tenían Citroen en aquellos años acudían al taller de Mandrino. “Ahora, paradójicamente –dice José- atiendo cualquier marca menos Citroën, porque ya no quedan. En aquella época el Citroën era furor y no dábamos a basto. Hubo épocas que trabajábamos sábados y domingos porque no alcanzaba la semana. Todos tenían Citroën, hasta los empleados normales, maestras, de comercio, todos. Hoy quedan pocos dando vueltas y los repuestos no se consiguen y los que podes conseguir son malos. Entonces lo único que uno logra es quedar mal con la gente”.

“Tengo clientes de toda la vida. Aún una señora que tiene un Ami 8 y se lo sigo atendiendo. Otros han evolucionado pero los sigo atendiendo. Vienen hijos de viejos clientes que por ahí no los conozco. Viene gente de Pehuajó y de la zona. De la zona rural y de los pueblos lindantes”.

RESPETO Y ORGANIZACIÓN
La disciplina en el trabajo y una línea de conducta con los clientes han sido y son signos distintivos del ahora denominado “Mecánica Mandrino”. “Me manejo por turnos. Soy muy respetuoso del turno. Es más, a veces me falla uno y me quedo sin trabajo. No quiero superponer porque no quiero quedar mal con la gente. Siempre lo hice así. Siempre de esa manera. Creo que la organización es labase de todo”.

Y esta modalidad tiene herencia. El taller de la calle Andrade es elocuente. Orden, prolijidad y la misma atención de siempre. Junto a su hijo Ramiro la tarea prosigue rumbo al cincuentenario de trabajo. La herencia laboral lo enaltece y conmueve al mismo tiempo. “Yo tuve un episodio muy duro, una enfermedad el año pasado. Y uno de los chicos míos que estaba trabajando en una empresa, la dejó para venirse acá. Ahora con la frescura de los años en tecnología hemos avanzado más. Porque si bien yo comprendía parte de la tecnología por los cursos que hice, los años jóvenes tienen otra visión”.
Con profunda emoción y gratitud comparte la experiencia de trabajar padre e hijo. “A 46 años de trabajo me siento contento porque logré lo que quería. A mí no me interesa hacer fortuna en dinero. No me la voy a llevar. Logré una familia estable linda, en armonía. Que más se puede pedir”, exclama José.

Recorremos el taller y hacemos algunas fotos en el escritorio donde recibe la clientela. Llega el momento de reflexión, sin duda placentera y contagiante. Un luchador de la vida que sabe de esfuerzos y sacrificios. De sinsabores y adversidades pero que ostenta un capital impagable que él supo construir y ahora lo sustenta e íntimamente lo enorgullece: una familia plena de armonía y comprensión. Un lujo que no todo el mundo puede darse.

“Nunca imaginé mi vida en otra actividad. Si tuviera que elegir nuevamente hago lo mismo”, remarca José y cierra la puerta del taller. Otra vuelta de tuerca como el final de cada día, atornillando esperanzas y ajustando las tuercas del corazón junto a sus seres queridos.

PING PONG
-¿Un recuerdo?: “Hay muchos, pero resalto la unión de mi familia”.
- ¿Un deseo?: “Que mis hijos sigan el camino de la honestidad. Si hacen plata o no, no tiene importancia”.
-¿Un ídolo?: “En especial, no tengo a nadie para poner en el pedestal”.
-¿Una gratitud?: “La vida misma”.
-¿Un amor?: “Mi mujer”.
-¿Un rencor?: “No tengo”.
-¿Una ingratitud?: “No”.
-¿Curarú?: “Un pedacito de mi infancia. Estábamos a dos leguas del pueblo y mi padre en un charre nos llevaba para hacer las compras”.
-¿Pehuajó?: “El resto de mi vida”.
-¿Citroen?: “Mucho. Mi puntapié inicial. Estoy totalmente agradecido”.
-¿Una esperanza?: “Que en el futuro haya más armonía, paz entre la gente”.
-¿Dios?: “Creo siempre. Es todo”.
-¿José Mandrino?: “Una persona que se mantuvo en una línea y está contenta”.


“Su palabra vale más que un contrato”
“Mi viejo: un tipo sencillo, familiero, de pocas pulgas pero por sobre todo de una moral y unos valores inexpugnables. Tengo el agrado de haber seguido sus pasos y estar compartiendo el día a día con él en el ámbito del taller mecánico, siempre marcándome el paso como en el inicio, pero yo sé que lo hace ya por vicio de los años.

El viejo es una de las personas mas responsables y transparentes que conozco. Lo he visto levantarse de muy madrugada para terminar un trabajo que venía complicado o para cumplir con el cliente, porque su palabra vale es un contrato.

El último tiempo nos ha visto a la familia en general más unida que de costumbre, ya que ha tenido que transitar por una enfermedad bastante cruel y por un tratamiento bastante invasivo, pero la está peleando con ganas y con la ayuda y contención de la familia teniendo buen pronóstico gracias a Dios.

Tendría muchísimo para decir pero para no extenderme y en conclusión: mi viejo, un tipo que privilegia la familia por sobre todo, como todo tano, poco demostrativo pero muy sensible y un modelo a seguir para nosotros por ser buena persona”.
Ramiro Mandrino, en nombre de toda la familia
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