Todo se puede cuando hay voluntad

Felix Peyre
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Hay actitudes en la vida que se traducen en ejemplos. Bien es cierto que la voluntad mueve montañas y que el trabajo dignifica al ser humano. “Tito” fue albañil y changarín. Trabajó en el frigorífico de liebres y un aserradero donde perdió un brazo. Con una mano juntó manzanilla, limpió soja y fue “chatero” durante casi 40 años. Nunca se achicó. Asumió la realidad con una notable entereza. “Todo es posible, todo se puede en la vida”.



El invierno comienza a amainar, y ya atardece en el barrio Villa Ángela. Luego de contemplar desde la remodelada avenida Lavarden, el verde del hipódromo “Julio Rodríguez” y evocar los tiempos de polvaredas de tierra y días de barro intransitables, compartimos un grato momento al calor de una estufa hogar, con el “Chatero” sugerido por lectores de “Mirá”.

Hoy denominan “chatero” a quien utiliza servicios de internet para comunicarse. Otros porque ejercen asistencias específicas en hospitales. Pero también es “chatero” el laburante silencioso que realiza servicios de traslados de todo tipo. Hoy, nuestro “chatero” motivo de homenaje y valoración, es quizás el último pehuajense que durante décadas recorrió las calles transportando tierra, escombros, cuando no mercaderías o haciendo mudanzas, usando la tradicional “chata” de cuatro ruedas tirada por caballo, especialmente por fornidos “percherones”.

“CHATERO” Y MUCHO MÁS...



Jorge “Tito” De Faccio (58) tuvo una vida difícil, sacrificada, pero asumió siempre una actitud positiva. Desde muy joven perdió gran parte del brazo izquierdo, pero no fue obstáculo para afrontar rudos trabajos. Desde joven empezó haciendo changas y fue peón de albañil. “Y después tuve el accidente del brazo que me limitó, pero somos de familia de clase media y no quedaba otra que trabajar. Yo me adapté con una sola mano, cargar el chango, descargarlo, si había mucho trabajo ocupaba a alguno para ayudarme”.

Muchos convecinos lo recuerdan con afecto. “Anduve 36 años de chatero. Cuando me inicié había muy buenos chateros en Pehuajó como Tito Fiol, Riera, Lucho Sadobe, Aielo, el negro Velázquez. Empecé en esa tarea, me gustó y me fue bien. Me conoce todo Pehuajó, anduve por todos lados y tenía muchos clientes. Trasladaba escombros, tierra, herramientas, hacía mudanzas, de todo. Lo que cabía dentro de la chata lo llevaba”.

Antes de “chatero”, Tito trabajó en el campo en rudas tareas y tiempos de inundaciones. “Yo trabajaba en el campo, con caballos además. Era la época de la inundación, años 86, 87, sacaba bolsas de girasol y las llevaba hasta la máquina que estaba en la loma. Los muchachos juntaban el girasol y lo dejaban apilado. Yo, con dos caballos y el chango, me metía junto a dos peones más que ponía la estancia. Cuando terminaba de cargar la chata me iba hasta la máquina. Ahí la trillaban, le traía las bolsas vacías a los muchachos, que esperaban en el surco y de nuevo a cargar la chata”.

ALIADO AL ESFUERZO PERMANENTE



Y al hilvanar recuerdos de aquellos tiempos, de Faccio agrega: “Antes de dedicarme a la chata, anduve limpiando soja. Un trabajo muy bravo también.” ¿Pero qué es limpiar soja? “Una vez que la soja crece, alta, uno en el surco le corta los chamicos y las quinuas, con machete y con el agua hasta la cintura en los surcos”, explica y su mirada refleja el esfuerzo que aquello implicaba. “Siempre hice trabajos brutos o trabajos bravos y con una sola mano”.

Todo es posible cuando hay voluntad. “Realmente se puede y lo hice hasta que el médico me dijo que no. En la columna de este lado (por el derecho) se me hizo como un callo. Son huesos gastados me dijo, de tanto trabajar con una sola mano. Trata de olvidarte de la pala”.

La decisión fue dura como su vida, pero la aceptó con la entereza de siempre. “Se puede trabajar igual sin un brazo. Hay que ponerle mucha voluntad. Se sale y se puede. Ahora si no ponés voluntad es imposible. Yo puse la voluntad arriba, en el techo, a la mano no la extraño para nada”.

Y Tito rememora y es claro y contundente: “Así fue mi vida hasta ahora. Muy dura, muy sacrificada. No es que hice otros trabajos livianos, sentado, todos muy bravos. La gente de Pehuajó lo sabe. La verdad que me aprecian mucho por todos lados. Estoy conforme, me fue bien”.

Las limitaciones que afrontó nunca alteraron los principios que mamó desde niño. “Mi vida fue toda así. Casi 40 años de trabajo como chatero. Muchos clientes me confiaban los trabajos. Siempre hice la cosa bien, tal vez por eso me aprecian mucho. Jamás tuve problemas con nadie. Cliente que no me gustaba lo dejaba, no le hacía más viajes y evitaba problemas. Para mí la gente de alta categoría y la muy humilde son los mismo. Trataba a todos por igual”.

AGRADECIDO A LA VIDA
El “chatero” de ayer, “Fletero” de hoy, ahora tranquilo y sin apuros, solo ayuda en alguna tarea que realiza su hijo usando una camioneta. Se siente conforme, agradecido a la vida a pesar de los pesares vividos. “Desde que me pasó el accidente siempre trabajé. No me apechugue, como que me olvidé de la mano. Algunos le pasa algo y se amargan. Agarran otro camino. Yo acepté lo que me pasó. Tengo que ser yo me dije. Trabajé junto a 30 personas, en la limpieza de soja por ejemplo, pero no me sentía menos que ellos. Al contrario, para nada me sentía menos que nadie y tampoco más que nadie. Jamás tuve problemas con nadie, ni el campo ni en el pueblo, Hay que evitar esas cosas”.

Tito y Marta, su esposa, nos despiden con una sonrisa. Su lucha es un ejemplo de vida. Un claro mensaje para reafirmar voluntades y actitudes cuando aparecen obstáculos o imprevistos. La chata y los carros manzanilleros están en el terreno aledaño. Los observa con natural nostalgia y legítimo orgullo. Nos es para menos, son parte de su sacrificada vida.

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