Precisión de relojero y equilibrio de ciclista

Felix Peyre
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Fue reconocido comerciante y destacado deportista. Ambas actividades le apasionaron. Una fue sustento económico, la otra alimento de cuerpo y alma. Su joyería y relojería alcanzó notoriedad y trascendencia. Su actuación como ciclista fue relevante. Recuerdos y emociones junto a su hija Patricia y su nieto Diego.



En la tarea de indagación periodística apareció su nombre en varias ocasiones. Si bien motivó la evocación el renovado auge del ciclismo en Pehuajó, es imposible obviar su labor comercial que fue sustento y marcó huellas en la ciudad, sin opacar la perseverante pasión del recordado Diego Lobato por el deporte del pedal.

Su casa conserva ese particular aroma que ostentaba la joyería y relojería, donde ahora funciona una librería. Sentados frente a un hermoso reloj de pie, que marca las horas con un singular sonido, Patricia Lobato, su hija, con evidente emoción en su rostro y en sus palabras, sintetizó la trayectoria de su amado padre.

“Comenzó sus estudios de relojero con mi tío Hivo Bolognesi, cuando tenía 17 años e iba a la escuela Técnica. Estuvo muchos años con él y no solo aprendió relojería sino también joyería. Soldar anillos, cadenas y todo lo referido a orfebrería”, era una constante tarea que implicaba horas de trabajo.

“Luego de hacer el servicio militar –añade Patricia- retoma la actividad en la joyería del tío y en forma paralela se dedicaba al ciclismo, pero llegó un día que tuvo tomar una decisión. Y decidió seguir con la joyería y abrirse del tío. Ya tenía cerca de 25 años”.

INTENSO TRABAJO
Así comenzó una etapa de esfuerzos y sacrificios, signada por sus firmes convicciones y apego al trabajo y a su familia. Se casó en el año 1960 y la primera joyería la habilitó un año después en Mitre 484. “Y ahí comenzó la actividad y gracias a Dios tengo el orgullo de decir que hizo una fortuna. Los tres hijos nacimos en esa casa”, remarca la hija.

La tarea era intensa. “Tenía muchísimo trabajo. Tenía empleados. Se levantaba a las 4 de la mañana a arreglar relojes con sus empleados y seguía todo el día. Hasta altas horas de la noche, eso lo veíamos nosotros. Se deslomaba trabajando, para llegar a tener lo que él soñó siempre. Una joyería lujosa”.

Patricia mira el techo, observa el reloj y agrega: “En el año 72, tuvo la oportunidad de comprar esta casa, que antiguamente era una sastrería. La refacciona y pone su primera joyería como deseaba. Había hecho la base en una casa alquilada. La nueva casa le dio el empuje y con la ayuda de un crédito, porque no era nada sencillo lograr lo que se propuso”.

“Mi madre, Martha Abal de Lobato, lo ayudaba a papá, en la joyería, cuando nosotros éramos chicos, tanto atendiendo como preparando la facturación a cobrar cada mes. Con los años lo fue dejando de hacer y se dedicó a lo suyo ,el campo”.

AMIGO DE SUS AMIGOS



Pero los frutos no se hicieron desear. Y no podía ser de otra manera. Su empuje motorizaba un accionar promisorio. “En 1972 nos trasladamos a esta casa y empezó una carrera meteórica de casi 40 años de trayectoria. Cuando falleció a los 62 años le faltaba muy poco para cumplir los 40 años de la joyería”, remarca Patricia con un dejo de nostalgia por la ausencia pero con el íntimo placer que produce el ejemplo del ser querido, quizás la mejor herencia que atesora su corazón.

“Fue una pasión, tuvo siempre amor por su trabajo. Era muy amigo de sus amigos, excelente padre. Muy buen comerciante. Muy querido por mucha gente. Aún hoy, pese a que hace 18 años que falleció, la gente me habla maravillas de él”, comenta y su relato adquiere mayor relieve emocional.

“Se trataba con todo el mundo. Me decía, trata bien al que menos tiene, porque ese es nuestro vivir, el rico se va a Buenos Aires a comprar. Nosotros vivimos del laburante. Y es así. Fueron 40 años de trabajo incansable. De no salir de la casa por no dejar la joyería. No conoció Mar del Plata, su trabajo era una pasión”, acota Patricia al tiempo que contiene el natural regocijo de una lágrima en sus ojos.

EL RELOJ: HORAS Y PRESENCIA




Sobre el final del encuentro llega Diego, su hijo. Impacta su personalidad y su parecido con el abuelo que nunca vio. “Lo conoció a través mío, se siente orgulloso de su abuelo. Se sacó su apellido y se puso el de mi papá. Se llama Diego Lobato”, remarca y aprieta entre sus manos dos viejos ejemplares de la revista “El Gráfico” que atestiguan una de las participaciones de su padre en la célebre Doble Bragado.

Dieguito nos ayuda para tomar algunas fotos. El viejo reloj resuena. Intensamente, como en aquellos tiempos de esplendor en la relojería. Aunque éste tiene un valor especial. En vida, Diego le regaló uno a cada hijo. “Este es el mío, es muy bonito…”, dice Patricia y lo mira con entrañable ternura.

Y pensar que la idea original del homenaje era remarcar su labor como ciclista. Y casi no hablamos del tema. Igualmente todo es válido porque Diego Lobato procedió de la misma manera en el trabajo y en el deporte. “Vivió siempre por su trabajo, por el ciclismo, por sus hijos”, expresa Patricia y subraya: “Nos inculcó la lealtad, el ser buena gente. Que la palabra valía más que la firma. A mí me ayudan a vivir”…

Patricia, si bien por razones de edad no vivió la brillante actuación ciclística, ha recogido testimonios y evidencias que corroboran el amor de su padre por el ciclismo.

“El ciclismo era también su pasión. Lo practicó hasta morir. Corrió la Doble Bragado. Salió en la revista “El Gráfico”. Hizo una carrera muy buena en ese deporte. Se hacía querer con todo el mundo. Nadie era más que él ni menos que él tampoco. Fue un gran deportista”.
Los envejecidos ejemplares de “El Gráfico”, editados en febrero de 1964, figuran entre los recuerdos más preciados. Se conservan en el mismo paquete que hizo Diego, con su propia referencia de puño y letra. Todo una reliquia.
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