Agua que no has de beber

Felix Peyre
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Como sucede con todos los refranes o dichos populares, se traducen en advertencias o actitudes ejemplificadoras, cuyo origen y/o aplicación es diversa. “Agua que no has de beber, déjala correr...”. Cuántas veces lo hemos escuchado y cuántas lo hemos utilizado.

Suele aplicarse a las relaciones amorosas, especialmente ante una pretensión que se sabe imposible o imprudente de antemano, porque no se quiere el ser pretendido o se está impedido por algún detalle, como el estar casado. “Me abandonaste, mujer, porque soy muy pobre y por tener la desgracia de ser casado”, reza un canción.

Pero la aplicación del refrán es viable para aquellos que andan buscando algo, un trabajo por ejemplo, pero sin real interés. Lo llaman y no se presentan. Se acomodan y desacomodan. Solo escarban, por las dudas, para ver qué sale. Miran, observan, como para ver que pescar... pero al final no están ni aquí, ni allá, en ningún lado.

Como decían nuestros abuelos, con la evidencia de la sabiduría que dan los años vividos, también llamada experiencia, con pocas palabras claras o concretas nos enseñaban a “no encender fuego que no se podrá apagar” en el campo de los amoríos, y en otras circunstancias, “no provocar alboroto al divino cuete”.

Sin duda alguna, el dicho, el refrán, define una situación, confiere una lección, un consejo y señala un camino, difícil de contradecir, salvo cuando la porfía y la testarudez dominan, y el ser humano se torna incomprensible, irrazonable.

Por ello, hoy también bienvenida la reflexión a que induce el refrán elegido. Por las dudas, hay que tenerlo en cuenta y aplicarlo, cualquiera sea la situación planteada. Es cierto amigo: “Agua que no has de beber, déjala correr…”, y muchas veces es conveniente dejar que el agua continúa su cauce.

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