El placer de educar en el campo

Felix Peyre
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Cuando pasamos la tranquera, el mundo nos da paz”. La expresión es más que elocuente. Sintetiza las características y el entorno de un ámbito educativo muy particular. En este caso en la escuela y jardín que funciona en jurisdicción de la estancia “El Tostado”, otrora en la histórica escuela de Larramendy. Sandra, maestra de primaria, y Miriam, maestra de jardín, transmiten sus vivencias, plenas de cariño y amor por la misión de enseñar.



Son maestras rurales. Para llegar a la escuela, transitan más de 30 kilómetros todos los días, haga frío o calor. Gran parte del camino lo hacen a dedo y los nueve kilómetros finales, en moto. Son Sandra Sáez (49) y Miriam Susana Rivaud (49). Dos trabajadoras que aman lo que hacen. Con pasión, esfuerzo y perseverancia, realizan un destacado trabajo en la Escuela Nº 40 Luciano Fortabat de Larramendy.

Sandra hace catorce años que realiza la misma tarea en la escuela primaria de la localidad pehuajense. Anteriormente, trabajó en Ancón, y durante nueve años, en Pedro Gamén. Siempre en el ámbito rural, pronto a cumplir veinticuatro años educando a niños de campo. En tanto, Miriam es la encargada de la educación inicial en el Jardín de Infantes Rural de Matrícula Mínima de la entidad, desde hace cuatro años.

“Nos llevan hasta la ruta 226 y ahí hacemos dedo. Bajamos y caminamos diez cuadras hasta donde tenemos un puestito, en el campo de Agostinelli, donde guardamos la moto. Desde ahí, hacemos nueve kilómetros en moto, todos los días. Hace cinco años que hacemos esto. Empezamos en sulky pero se nos rompió y tuvimos que hacerlo en moto”, expresa Sandra al describir la rutina diaria para llegar a la escuela. Y Miriam, agrega: “¡Y qué no se nos pinche la moto! Un día se nos salió la cadena y nos salvó un hombre en tractor. Nos estiró la cadena y nos ayudó. Tenemos historias hermosas”. Las maestras explican que cuando llueve o hay mucho barro, en vez de recorrer los nueve kilómetros en moto, deben hacerlo de a pie, “cortando entre los campos”.



La escuela es una gran familia. Al contar con poca matricula, los docentes deben unificar las temáticas a trabajar, distinguiendo las actividades según el año de cada alumno. Sandra educa a los chicos de primero, segundo, tercero y cuarto, mientras que Miriam hace lo propio con las salitas de 3, 4 y 5 años. En la actualidad, realizan horario de tarde, pero a partir del mes de octubre, cuando aumentan las temperaturas, trabajan de 8.30 a 12.30. “Cuando llegamos, nos encontramos con los nenitos, izamos la bandera, ponemos Aurora y entramos a empezar a trabajar”, explican.

“Es muy especial todo. Ahora el lugar que tenemos es chiquito. En este momento tengo cinco nenes, pero tuve veinte, con lo cual me tuvieron que abrir paredes y hacer un salón más grande porque no entrábamos. Pedagógicamente trabajamos muy bien, los chicos responden, le pedimos ayuda a los papás y no hay problema. Son características muy especiales”, comenta Sandra.

A lo que Miriam, añade: “Ellos al rol docente lo tienen allá arriba, cosa que ahora se ha perdido. Para ellos somos lo máximo. Respetan mucho al docente, se respetan mucho entre ellos. No hay violencia. Me sería muy difícil adaptarme a la vida de escuela en la ciudad. Nunca imaginé trabajar en planta urbana, siempre esto y trabajar con chicos de campo es una experiencia única. Somos la segunda madre”.



TODO ES ESPECIAL
Están felices. Asisten a la escuelas con ganas y aseguran que “todo es especial”. Miriam afirma que trabajar en jardín “tiene su encanto” y destaca el vínculo con los nenes.“Es hermoso, si no vas te extrañan”, explica, y relata una situación vivida: “El otro día ellos viajaron a Pehuajó, y vino un chiquito que me buscaba a mí acá. Es como que ellos tienen mucho interés en aprender. Uno lleva cosas novedosas y a ellos les gusta”.

Por su parte, Sandra ratifica que en la escuela todo es especial: “los festejos por cumpleaños, el día de la primavera, cuando las madres nos festejan el día del maestro. Todos los momentos que se comparten en la escuela rural son especiales. Cuando llegás allá, cambia todo. Cuando pasamos la tranquera, el mundo nos paz… y trabajar es un placer”.

“VOLVERÍA A SER MAESTRA”
Sin dudar, las docentes coinciden en la afirmación. “Volvería a ser maestra rural sin dudarlo. Si Dios me retrocede para atrás y me dice ‘tenés que empezar la docencia de vuelta’ sería maestra rural de vuelta, porque es un vínculo muy especial”, señala. Mientras que Miriam asiente cada una de las palabras de su colega, y agrega: “Yo sin pensarlo. Es una experiencia única”.



“NO QUISIERA JUBILARME”
El próximo año, Sandra vivirá una situación muy especial. Después de 25 años de trabajo llegará el momento de la jubilación. Al respecto, la docente dijo: “No me quisiera jubilar, me siento muy bien. Trabajar en la escuela es un placer, lo que cansa es el viaje. Ya pesa mucho. Todo el trayecto… salir, hacer dedo, que se rompa la moto… en eso ya es como que un poco me cansó. Pero si dijera laboralmente y pedagógicamente no, porque estoy a placer con mi compañera, trabajamos muy bien, es hermosísimo trabajar en la escuela rural. No me gustaría irme”.

LA RELACIÓN CON LAS FAMILIAS
A la escuela asisten niños de una estancia cercana, de Paraje Abel y de Gnecco. Las familias de los alumnos acompañan en todas las actividades impulsadas desde la escuela. Y en el verano, el contacto no se corta.”Nos seguimos comunicando. Llamamos, por ahí ellos nos visitan. En enero cada cual toma su rumbo y por ahí se corta un poco pero siempre nos mantenemos comunicarmos”, comenta Sandra.

Asimismo, las maestras resaltan el apoyo de sus familias. “Sin ellos sería imposible”, concuerdan, y Sandra, amplía: “La familia siempre nos apoyó. A mí, mi marido siempre me brindó apoyo, me ayudó mucho con los chicos cuando eran chiquitos. Cuando empecé tenía un nene de un año y pico y estaba embarazada del segundo. Y hoy los tengo a los dos en la universidad. Había que coordinar con él, fue mi mano derecha”.

Para finalizar, Miriam y Sandra realizan una reflexión y destacan la importancia de la educación rural en las localidades del interior. “Hay gente que por ahí te dice que ven innecesario pagar sueldos por tan poco chicos, y a nosotros nos dolió porque a los nenes les encanta, y si no vamos no se sabe qué pasará con ellos. No es como por ahí pasa acá que reniegan ir a la escuela, ellos allá tienen esa salida todos los días. Les queda corto el tiempo a ellos, se quieren quedar”.
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