El éxito de un trabajador

Felix Peyre
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Zinguero y poeta. Bostero y peronista. Nació en Nueva Plata, vivió en Pehuajó y formó
su familia en La Plata. Aprendió el oficio en la hojalatería pehuajense de Simone. Sufrió, la luchó y triunfó. Toda su vida persiguió un objetivo: el bienestar de sus hijos y nietos. Homenajeamos a José Roncoroni. La victoria de un batallador, el éxito de un soñador que llevó, en cada instante, el amor por el trabajo como bandera.


Agustín y Santiago Roncoroni.


José Nolberto Roncoroni nació en Nueva Plata, el 19 de agosto de 1931 y era el menor de siete hermanos, cuatro mujeres y tres varones. Vivió allí hasta que la familia se trasladó a la Estancia El Tatá, lugar donde murió su padre, siendo él muy pequeño. Ante la pérdida de su esposo, Ramona, la madre de familia, se radicó en Pehuajó y se hizo cargo de sus hijos, a quien crió “como pudo”. Lavaba ropa en casas de familia y de vez en cuando se escapaba hasta el matadero a rescatar comida para José y sus hermanos.

La niñez de José fue muy dura. La pérdida de su padre, los dejó en una pobreza extrema. Situación que lograron transitar por la entereza y amor de Ramona. El menor de los hermanos, a los 13 años, comenzó a escribir su historia. Una historia de perseverancia, honestidad y amor al trabajo.

En 1944, empezó a trabajar en la hojalatería de Don Simone, en Pehuajó. “Ese gringo lo salvó. Le dio el espaldarazo, lo recogió y ahí aprendió el oficio. Era un gringo que lo tenía al trote”, expresó Agustín Roncoroni, único hijo varón de José.

“Además de las cosas del oficio, Simone le enseñó lo que él nos enseñó a nosotros: ser derecho, tener códigos, que todo se consigue laburando, que no hay que envidiar. Simone le metió en la cabeza lo que era la vida”, afirma.

Allí trabajó durante años y la vida lo cambiaría de ciudad, en 1951. Con veinte años, José se radicó en la localidad de Villa Elvira con su madre y dos hermanas, en la casa de una prima. Vivieron ahí hasta que consiguieron una casa en 152 y 47, también en el partido de La Plata.

José Roncoroni
Durante sus primeros años en la capital provincial sobrevivió realizando changas, gracias a los conocimientos adquiridos en suelo pehuajense, hasta que logró ingresar a los talleres del Ferrocarril Provincial, al mismo tiempo que continuaba ofreciendo servicios de zinguería en diversos puntos de la ciudad.

En esa época, José conoció a Juanita, la mujer que se convertiría en su esposa y madre de sus hijos. Se vieron por primera vez en una parada de colectivo, a cuadras de la casa de él. Fue en 44 y 152, donde paraba la antigua línea 60. “Yo tenía una amiga a la vuelta de la casa de él. Ahí lo conocí y después seguimos viéndonos, pero ahí arrancó la historia”, rememora Juanita.

Fueron novios durante tres años. “Tres años justo, justo”, acota ella, y explica: “Nos pusimos de novios el 6 de marzo del 55, y en el 58, nos casamos, justo el 6 de marzo también”. La historia de amor se coronó con el nacimiento de tres hijos: Ana, Agustín y Sandra. Y cuando sólo habían nacido los dos mayores, en la década del 60, José es cesanteado en el ferrocarril y retornó a intensificar los trabajos particulares, hasta que un día encontró un taller de zinguería en calle 34, entre 3 y 4: lo de Tacconi.

José entró y se ofertó para trabajar allí. Al dueño le gustó y lo contrataron. “El hombre era muy bueno y le dijo que sí, y después se quiso morir al ver que no era un zinguero así nomás. José se hizo cargo del taller. Y cuando Tacconi falleció, mi marido quiso seguir con el taller pero hubieron cosas que no le gustaron y decidió irse”, relató Juanita.

Cuando abandonó el taller, los clientes de Tacconi comenzaron a buscarlo para no perder contacto y seguir contando con sus servicios. A José no le parecía ético tomar los trabajos de su expatrón, pero ante la insistencia de los hijos del dueño, los aceptó. En ese momento, Don Roncoroni le ganó un juicio a las autoridades del ferrocarril provincial y logró comprar sus propias herramientas para cumplir un deseo: instalar su taller de zinguería.

Su esposa recuerda aquel momento y narra que José viajó a Buenos Aires a comprar las herramientas y una máquina: “se fue a lo de un judío y le dijo que tenía tanta plata, preguntó qué podía comprar y qué no. El hombre le dio crédito y un día le dijo: ‘¿sabés por qué te di crédito? Porque vi cómo eras vos, que realmente necesitabas la máquina’”.

Así comenzaba una nueva etapa de su vida. Arrancó alquilando una propiedad y luego, con los ahorros obtenidos en tantos años de trabajo, José adquirió una casa sobre Avenida 72 y cumplió su sueño: instaló su propio taller. En ese inmueble aún funciona la Zinguería JR, liderada por Agustín, su hijo, y Santiago y Nicolás, sus nietos.

EL SUEÑO DE JOSÉ
José Roncoroni falleció el 13 de septiembre de 2005. Tenía 73 años. Su hijos y nietos tomaron el legajo del pehuajense y continuaron la actividad de la zinguería. El deseo del oriundo de Nueva Plata se hizo realidad.
“Estamos haciendo algo que nos emociona más todavía porque papá siempre dijo que le gustaría que al taller lo sigan los nietos, y tengo a mis dos hijos trabajando conmigo. Uno es odontólogo recibido pero él trabaja tres días de odontólogo y tres días de zinguero, y no puedo hacerle entender que él tiene que ser odontólogo. Tenemos algo especial hacia al taller. Y Santiago, mi otro hijo, juega al básquet profesional, y cuando no juega Liga trabaja con nosotros. Siempre hablamos que el abuelo quería eso y lo estamos haciendo”, relató Agustín, maestro mayor de obra.

El hijo de José comenzó a trabajar en el taller en 1976, cuando tenía catorce años. Se crió observando a su papá y mamó el oficio. Se llevaron bien y la relación perduró. ”Primero fui empleado, hasta que después me hizo socio de él. Empecé a ser socio cuando hicimos un trabajo muy grande en Nini. Con la plata que gané ese día compré materiales para el taller y empezamos a ser socios del taller”.

Agustín aseguró: “Mi viejo me enseñó tres cosas: honestidad, laburo y que todo lo que tenés que tener es laburando, no hay otra. Y yo se los inculqué a mis pibes. La honestidad es todo, acá a mí me dejan las casas abiertas, nunca tuvimos problemas de nada”.

“Era un gringo que daba todo. Le daba todo a todos. Dejó de dar la escritura de la casa cuando yo empecé a trabajar. Él no podía decir que no. Era así. Era dar para ayudar a otro, era buenacho. Era un tipo buenísimo, daba lo que tenía”, describió su hijo.

Agustín aportó sus conocimientos y su visión de empresa y logró acelerar el crecimiento del emprendimiento familiar. “Uno tiene la mente más abierta que un hombre que la luchó mucho. Y yo tenía todo, lo que tenía que hacer era encarar y mantenerlo. Hicimos unas revoluciones bárbaras. Fue todo bárbaro, laburamos muchísimo”, afirma el zinguero, satisfecho por los logros obtenidos junto a su padre y socio.

Con el paso de los años, Santiago y Nicolás, los nietos de José, se incorporaron al taller. “Yo no quería que mis hijos laburaran conmigo pero los chicos siempre iban al taller a hacer espadas, hacer escudos. Y siempre con él ahí. Pero es el día que hoy no quiero que sigan, pero hoy el taller se agrandó en muchas cosas y me queda grande. Entonces me dan una mano grandísima. Debo estar sintiendo lo mismo que sintió mi viejo cuando me puse a laburar con él. Debo sentir el mismo placer, la misma alegría, la misma tranquilidad que sintió papá cuando empecé a trabajar con él”, confesó Agustín.

………….

Parte de la familia de José. De derecha a izquierda: Su nieto Julián,
su hija menor Sandra, su esposa Juanita y su hijo Agustín.
Todos viven en La Plata.
El testimonio de su familia

- Ana Roncoroni (hija mayor): “Papá fue un ser fuera de lo común, sumamente sensible y honesto. Es difícil decir en pocas palabras lo que fue y es para cada uno de los que lo conocimos. Alguien que se formó a sí mismo desde muy chico y que supo transitar la vida recogiendo amigos, y dándonos a nosotros y todos los que somos su familia mucho amor y el mejor de los ejemplos. Sumamente humilde, generoso y agradecido. Zinguero con mucho de artesano y poeta. Amaba a Pehuajó y siempre tenía muy presente de donde venía. Un padre ejemplar, y un abuelo maravilloso. Papá no se fue, sigue conmigo, lo llevo en mi corazón, siempre esta presente”.

- Agustín Roncoroni (hijo): “En el nuevo taller va a haber una parte con la foto panorámica del viejo taller con la foto de mi papá. Le quiero hacer un homenaje. A mi me dio todo mi viejo. Todo lo que tengo, lo tengo gracias a él. Tenía muchos códigos. Era un tipo que no te iba a dejar por problemas de plata. Era muy sentimental. Sabía muchísimo y me lo enseñó todo a mí. Éramos muy pegados, yo compartí todo con él. Enojarme, reirme, llorar los dos juntos. Acá en el barrio lo recuerdan muy bien, era un tipo muy querido”.

- Sandra Roncoroni (hija menor): “Es primero en principal mi papá. Fue la persona que siempre hizo todo para que no nos falte nada. La verdad que como hija podría decir infinitas cualidades. Pero siempre, siempre, encuentro a alguien que me dice o piensa algo lindo de él. Con esto quiero decir que no sólo porque es mi papá lo siento así, sino porque él era así no sólo con su familia sino con amigos vecinos clientes conocidos, no conocidos, animales y todo ser humano que necesitara una mano, él estaba. Una gran persona”.

- Santiago Roncoroni (nieto): “Que continuemos el taller, era el sueño del abuelo. El sueño de él era que haya tres generaciones en el taller, y creo fue un poco ayudarlo a mi papá y un poco cumplir el sueño que tenía abuelo. Él amaba el taller, me acuerdo entrar y verlo sentado ahí, siempre trabajando, siempre haciendo algo. Y cuando ya no andaba más por la rodilla, sin embargo estaba sentado ahí y feliz. Era feliz ahí adentro”. Santiago también recordó al abuelo poeta: “el primer verso fue a Boca, me acuerdo que me contó que lo escribió en un papelito arriba de un techo, en un papelito de una bolsa de cemento y con el lápiz de obra. Lo pensó y lo escribió ahí”.

La rambla “José Roncoroni”
A través de la ordenanza 10087, el Concejo Deliberante de la Municipalidad de La Plata designó con el nombre de José Nolberto Roncoroni, a la rambla de la Avenida 19 en el tramo comprendido entre las calles 72 y 80. El homenaje a Chengo fue promulgado en agosto de 2006 y la placa recordatoria se observa en una pared sobre la Avenida 19, a metros del histórico taller.

Leonardo Capristo, íntimo amigo de José.



“José es y seguirá siendo mi hermano”
Así lo recuerda Leonardo Capristo, amigo de la infancia de José. La amistad data de 1945 y para el vecino pehuajense “es recordar una época que no se borrará nunca”. “La juventud no se olvida nunca. José para mí fue un hermano, lo mismo que Saúl Hoyos. Éramos tres en uno, nos gustaba la vida, esa vida sana, nos gustaba la amistad”.

Leonardo afirma que “Es y seguirá siendo un hermano, porque las personas se van pero los recuerdos no. Formó parte de nuestra juventud, de nuestra vida, al igual que su madre, doña Ramona. Ella fue una segunda madre para todos nosotros, y las hermanas ni hablar”.

Lo describe como “un muchacho que no tenía maldad para nada”, y acota que “tenía un corazón de oro, trabajador, trabaja en la hojalatería de Simone. Ahí lo íbamos a buscar a veces. Nosotros teníamos una clave para llamarnos. La clave era silbarnos el tango Mi Buenos Aires Querido. Entonces salíamos y nos encontrábamos”.

El pehuajense recordó la época en las que salían por las calles a cantar: “por las serenatas que dábamos comíamos un mes con las cosas que nos llevábamos. Eran serenatas con un mes de ensayo y en todas las casas nos hacían pasar adentro”.

Entre tantas anécdotas, Leonardo rescató una: “José me acuerdo que lloraba de risa y de bronca, porque andaba detrás de la chica pero como el que cantaba era yo, siempre iba primero adelante de las guitarras. Terminé de cantar y sale la chica con un deshabillé y me da la botella y agradece. El que tenía que haber agarrado la botella era él. Entonces dice “vos sos siempre el que ligás porque sos el que está siempre cantando, siempre primero”. ‘Y bueno, son cosas que tiene la vida’, le digo… Y ahí se quedaba enojado”.

Capristo no olvidó de mencionar a su otro amigo: “Saúl Hoyos, otro hermano del alma”. “Nunca tuvimos un sí, nunca tuvimos un no. El tango Tres Amigos, que cantaba la voz de oro Alberto Marino, era una identificación a nuestra amistad. Cuando lo escuchábamos decíamos: ‘Mirá, ahí estamos nosotros. Ese tango es para nosotros’”.

También recuerda que “en verano cuando ensayábamos, y tocábamos la guitarra con la señora de Montovio, nos agarraba sueño y teníamos una cama de una plaza que era de José y nos acostábamos los tres atravesados y dormíamos la siesta con los pies caídos al suelo porque no teníamos lugar para dormir derechos”.

“Era amistad de hermanos y Ramona era nuestra madre, ella nos daba consejos. Podrá pasar el tiempo pero el recuerdo, el cariño, los momentos que hemos pasado en nuestra juventud, es una hermandad que no tiene límites ni tendrá”, rememora.
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