La tentación de Patricia cumplió 25 años

Felix Peyre
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Aún circula por las calles de la ciudad. Es inconfundible. Sufre los achaques lógicos del tiempo recorrido pero es fiel a Patricia, su dueña. Lo llaman “El chisito”, en alusión a su formato y color. Innumerales vecinos han viajado en él y muchos se han dado el gusto de manejarlo. Lo admiran, lo idolatran. Forma parte de la vida cotidiana pehuajense desde hace 25 años.


—Señor, le cambio su auto por el mío —dijo una mujer, tras descender de un Citroen Ami 8 colorado—. No me conteste ahora. Le dejo mi dirección, y se le parece podemos hacer negocio. Lo espero.

Las palabras de Patricia sorprendieron al dueño de la combi, que se disponía a ingresar a una panadería. Ese día, una jornada de noviembre hace veinticinco años, fue la primera vez que la mujer se cruzaba con el vehículo amarillo con forma de pan de manteca que la enamoró.

“A esta altura el señor debe haber pensado que yo estaba completamente loca. Me fui a casa rogando que se me cumpliera el sueño”, relata Patricia Vittorelli. “Una hora más tarde -agrega- veo que el autito estaciona en mi puerta. Recién ahí le dije a mi marido que iba a cambiar mi auto por ese otro. Ahora eran dos los hombres que pensaban que estaba loca, el señor y mi marido”.

El trueque se dio un 28 de noviembre de 1988 en Bragado. Ese día comenzó una historia entre la combi Daihatsu, modelo 1980, Patricia, su familia y amigos. El Chisito, nombre elegido para el vehículo, es testigo de cientos de anécdotas, innumerables viajes y protagonista de muchas historias.

“El Chisito, así la bautizaron amigos de mis hijos, cumple las bodas de plata conmigo. Con él aprendieron a manejar mis hijos, varios de sus amigos, mis sobrinos, etc., etc. Fue el transporte del equipo de hockey de Estudiantes Unidos donde jugaban mis hijos, para ir a entrenamiento al campo de deportes...”.

Además de ser la movilidad familiar, la combi amarilla También fue una especie de transporte escolar. “Cuando salía de la Normal a la mañana, se subían todos los chicos de mi barrio. Siempre digo que el Chisito sabe ir de memoria a la Escuela Normal. ¡Cómo me costó acostumbrarlo a no ir más a la escuela cuando me jubilé!”, manifiesta Patricia, que se desempeñó como profesora de inglés, durante décadas.

La propietaria asegura que “los primeros días salía de casa en Alsina, y el tipo doblaba solito en Varela para después agarrar Echeverría”. Pero Chisito no sólo decoró las calles pehuajenses, el simpático rodado se dio el lujo de vacacionar durante siete años seguidos en Miramar. “Claro que el viaje me llevaba 9 horas. Cargábamos la moto, la bicicleta, valijas y el Topo Aníbal Torrallardona (nuestro perro salchicha) y entonces emprendíamos el viaje. Los autos y ómnibus que transitaban por la ruta 226 me pasaban y me saludaban. Más de uno se reiría de él seguramente”.

Sofía, la hija de Patricia, cuando se casó eligió a Chisito para ir hasta la Iglesia. La acompañó su padre y manejó Salvador, su hermano. “¡Fue muy gracioso!”, afirma la propietaria de la combi, y asegura que “hoy tiene dos usos importantes: llevar a mis cinco nietos (todos varones) y repartir algún pedido de vinos de la CAVA”.

El primer dueño de Chisito
“En la Universidad del Salvador tuve un compañero de General Villegas, que se llamaba José Luis Gómez (le decíamos Pepe) del que me hice muy amiga. Lo cargábamos porque él era de un “pueblo” y no podíamos creer que en cuanto tuviera la oportunidad se fuera a su pueblo en lugar de disfrutar de los boliches de Buenos Aires. El destino quiso que yo me casara con un pehuajense y me viniera a vivir a un “pueblo”. Pepe se rió mucho cuando supo que yo me venía al interior. Aquello fue en 1974. Cuando compré el Chisito en 1988 y me llegó el título de propiedad, el primer propietario se llamaba José Luis Gómez era de Villegas. No podía creerlo. Lo llamé por teléfono y los dos dijimos que “este mundo es un pañuelo”. El primero y el último dueño del Chisito éramos amigos de la adolescencia”.

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