Vivir de lo que a uno le gusta

Felix Peyre
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Hace veinte años conoció el oficio. Hace veinte años comenzaba una historia entre Pancho y su pasión. Hace veinte años Francisco Ferriol empezaba, sin imaginarlo, una exitosa trayectoria en el arte de la soguería y platería. Hoy, el artesano bolivarense radicado en Pehuajó trabaja en su propio taller y vive de lo que le gusta.


Francisco tenía 12 años cuando comenzó a frecuentar el taller de Juan Serra, un soguero bolivarense que le enseñó el oficio. Sus paseos de adolescentes se intercalaron con las visitas al taller y el acercamiento a las herramientas. Cuando Pancho terminó el colegio secundario, se radicó en La Plata para estudiar Ciencias Veterinarias, pero nunca dejó de lado su pasión por la soguería.

Su curiosidad por continuar en el oficio, lo llevó a conocer a Lautaro Colacelli, el maestro platero con quien dio los primeros pasos en el arte de la platería. “Fue entonces donde decidí conjugar soguería y la platería con mis gustos personales y con el tradicionalismo. En ese momento decidí dedicarme de lleno a los oficios aprendidos y tomar ambos profesionalmente, y ya no como un hobby”, recuerda Pancho Ferriol que hoy, a los 32 años, disfruta de su taller en Pehuajó.

Lo artesanal es único e irrepetible. El trabajo del artesano es realizado en forma manual sin ayuda de automatización y la pieza obtenida es distinta a las demás, valiéndose de técnicas y modelos tradicionales. “Mi especialidad es recrear piezas criollas, siguiendo las técnicas de nuestros antepasados, imprimiéndoles mi gusto personal, sin escapar de lo tradicional. Si bien Juan Serra y Laucha Colacelli fueron mis maestros, es harto sabido que no terminás de aprender nunca. Es por eso que siempre se está en constante evolución”.

-¿Cuál es el trabajo de un artesano?
En mi caso es materializar los gustos, ideas y necesidades de cada cliente. Cumplir con las expectativas con cada uno de ellos quedando satisfechos con el producto terminado. La mayor satisfacción es ser reconocido y poder vivir de lo que a uno le gusta. Es mi pasión. Más allá de algún que otro premio obtenido. Mi mayor logro es ser reconocido por lo que sé hacer.

-¿Es valorada la artesanía?
Yo creo que sí, hoy son muchos los artesanos sogueros y plateros que viven del oficio. En lo que a mi respecta, vivo de los oficios. Paso muchas horas trabajando en el taller y es muy grande la satisfacción cuando ves una pieza terminada y el cliente queda conforme con ella. Hoy en día los concursos de aperos, dan muchos trabajos a artesanos tradicionalistas y es una realidad. Si lo tomamos como un trabajo, se puede vivir perfectamente. Hay que tener en cuenta que requiere de mucho tiempo y paciencia.

-¿Por qué una persona elige lo artesanal?
Las piezas artesanales generalmente son únicas e irrepetibles. Eso hace al cliente único y exclusivo. Es por eso que cada persona llega al taller con una idea en la cabeza y le vamos dando forma hasta llegar al objeto que esta persona necesita o se imagina. Generalmente llegan clientes con una idea de hacer una pieza. Por ejemplo, una cincha, y en este caso, hay que ver qué uso es el que le va a dar, en qué tipo de recado va a ser usada, y a partir de esos datos, llevamos a cabo la pieza.

-¿Los tiempos del artesano son diferentes a la velocidad de la sociedad?
Yo creo que sí. Muchas veces las necesidades de los clientes no van de la mano con el tiempo que lleva realizar una buena pieza. Pero teniendo en cuenta que es un trabajo que lleva muchas horas y dedicación el cliente generalmente entiende y tolera los tiempos. Tené en cuenta que hay trabajos que requieren de meses para lograrlos.

Acerca de Pancho Ferriol, platero de ley
Por Claudio Fadón - Entrar al taller de Francisco “Pancho” Ferriol es como ingresar a una cápsula del tiempo. En el ambiente se respira el olor del cuero, las herramientas están a la vista, brillan los metales pulidos, se adivina el futuro brillo en las piezas en proceso. El artesano trabaja y habla, no puede evitar que los conocimientos broten en la charla, naturalmente, sin pretensiones. Habla como trabaja, con pasión, cada objeto que toma es descripto con esa precisión que solo puede darle quien le ha dedicado días enteros de su vida a esa creación. Las descripciones hablan de tiempo, de un tiempo sin apuros, de ese tiempo especial que lleva preparar el metal para que se transforme en cuchillo y a la vez pieza única. Habla y ceba un mate mientras recuerda cómo llegó a sus manos esa herramienta que está empleando. Habla y, sin darse cuenta, dicta una clase magistral sobre su oficio de platero. Se mueve por el taller mientras las anécdotas, y la observación de libros se van mezclando con los refranes y las risas. Un particular trabajo de cuero trenzado hace surgir sus conocimientos de soguería. De a poco se va completando la imagen de un artesano bien plantado, que respeta técnicas antiquísimas, que trabaja a conciencia, cuidando cada detalle en todas y cada una de sus piezas.

Uno de sus hijos entra al taller y él continúa la charla mientras acaricia, como al pasar, los cabellos del niño que sonríe y sigue. Llega la esposa buscando al niño. Así trabaja, rodeado por su familia. Así imagino que trabajaban los artesanos en la antigüedad.

El trabajo de Pancho Ferriol nos coloca en el rol de observadores de un oficio admirable que merece ser preservado y difundido, con ese modo que pone este verdadero cultor de las tradiciones en todo lo que hace.

El artesano deja para el final, como un secreto, la valoración que reciben sus trabajos, se emociona cuando dice que ha recibido varios premios en la Rural de Palermo. Como auténtico artista que es sabe que el verdadero premio, más allá del galardón, es haber logrado esa pieza que le quitó el sueño y lo hizo levantarse a trabajar en la madrugada… nada se iguala a ver ese objeto que soñó, en sus manos.

Francisco “Pancho” Ferriol trabaja en su taller, que está ubicado en pleno centro de Pehuajó, para entrar hay que tocar el timbre, pero al entrar en esa cápsula del tiempo, sentimos que estamos en el campo, en un campo de tranqueras abiertas.

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