Claro que siempre los hubo y los habrá. Ojala que al remarcar la connotación filosófica de los refranes, algunos de los afectados por este padecer comprendan la inconveniencia de su práctica. La discordia que genera esa tentación de meter la punta de la nariz en la vista ajena.
La intromisión es dable observarla en la vecindad, en las relaciones laborales, en emprendimientos grupales y hasta en ámbitos familiares. Hay quienes sostienen que muchos ponen el dedo en el ojo ajeno sin darse cuenta, de manera espontánea e inocente. Si así fuera, tal vez sea más fácil cambiar de actitud.
Ahora bien, cómo intentar superar la situación o la preocupación que se origina cuando alguien trata de inmiscuirse en asuntos que no le conciernen. Cómo diferenciar cuando el “metido” lo hace con buena intención, con el deseo de ayudar, de construir. Cuándo de manera inesperada y hasta sorpresiva trata de “meterse donde no lo han llamado” o intenta entrometerse cuando nadie le ha pedido participación.
Seguramente no es fácil, pero tampoco imposible. Es preciso estar alerta a las reacciones de nuestros semejantes. En principio, responder con prudencia. Si la insistencia prosigue, recurrir de manera elegante a la actitud evasiva, y si aún así, se reitera el deseo de “meter el dedo en el ojo ajeno”, generar incertidumbre, pues según afirman quienes han puesto en práctica esta modalidad, la indecisión y el titubeo, entorpecen el avance del intrometido.
Para tenerlo en cuenta paisano. No podemos evitar que alguien intente meter el dedo en nuestro ojo y tampoco podemos saber, con certeza, por qué se oculta el ombligo.
“Chico feo” / invierno 2013
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