A tomar la leche

Felix Peyre
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Otra creación de Carlos Mallaviabarrena que nos permite rememorar experiencias de otros tiempos. Otra pincelada de nostalgia que transporta a particulares vivencias pueblerinas.


Las horas de la siesta en el pueblo, ese sopor merecido de todos los veranos, resultaban para Chicho y para mí un tiempo bastante difícil de llenar, tres horas hastiantes al principio, pero llenas de incógnitas y aventuras a renglón seguido. Chicho poseía la virtud de una profusa imaginación, unida a la proverbial curiosidad que nos comprendía a los casi adolescentes. El lavadero de casa era una biblioteca, refugio inigualable.

Viviste una experiencia merecida en la clase de Castellano. Ocurrió dos semanas antes de que terminara el curso lectivo de nuestro primer año de secundario. Gilda, la profesora, te había pedido leyeras un párrafo de media página del cuento “El potro salvaje”, del libro El Desierto, de Horacio Quiroga -Edit. Losada, Biblioteca Clásica y Contemporánea-.

Cuando te pidió que lo explicaras, agachaste la cabeza y murmuraste no haberlo leído. La profesora, con su habitual y delicado tono te requirió, mientras apoyaba su mano en tu pera levantándote la cabeza, ¿por qué Chicho, no leíste? Ahí, más animado por su gesto, le dijiste que te había parecido inútil hacerlo porque seguro nada obtendrías de ese texto que vos no supieras, porque sabías mucho de caballos, agregaste con suficiencia y alguna pizca de “humilde” soberbia.

La “profe”, ¿vos te acordás no, animalito?, te llevó al frente con su mano en tu hombro y sin sacarla de allí, dijo a la clase: Chicos, todos sabemos que Chicho cometió la falta de no haber cumplido con leer el texto, o sea, desobedeció un deber que les había dado a todos, pero vamos a hacer de este inconveniente una oportunidad. En primer lugar, quiero decirles que la negativa a leer que planteó Chicho, y esto entendelo y grabatelo Chicho, es una postura que puede argumentar un adulto no vos, no ustedes, ¿y por qué?, porque de los múltiples libros que pudieron haber leído, existe otro tanto o más que no pudieron o no quisieron leer y por tal razón sería suficiente motivo para excusarse de su lectura, pero ese discernimiento no resulta aplicable para un joven debido a la escasa acumulación de conocimientos adquiridos por su misma corta edad.

Me acuerdo, que vos Chicho, rapidito le dijiste: Profesora, si usted me indica lo que esperaba entendiera de ese texto con relación a los caballos, podría, con lo que me parece que sé sobre los mismos, explicarle.

Gracias Chicho, te agradezco la iniciativa, contanos entonces, ¿qué es para un caballo “correr”?

La descripción que hiciste ese día me dejó mudo. Para el caballo correr significa la libertad, sentir el viento en su cara, ir hacia cualquier lado aunque lo guíen, igual cuando queda suelto en un predio grande, no en un corral, retoza como si fuera un juego, se revuelca en el piso, llenando su cuerpo de tierra para luego levantarse y sacudirse, etc, etc, etc. El silencio que los compañeros te obsequiaron fue la prueba conmovedora de haber sido testigos de un relato inigualable y un tanto inesperado.

La profe se te acercó y te felicitó, nos agradeció al resto el respeto ofrecido para escucharte y nos dijo: ya comprobamos que también un error, una falta que cometamos, nos puede llevar al lugar agradable del reconocimiento y la disculpa, porque todos nos enriquecimos con el relato de Chicho, y volvió a agradecerte, ahora con un beso.

¡Eh, Chicho! Volvamos a esta biblioteca inagotable de revistas, ¿qué vas a inventar para que hagamos?, vos ya nadabas entre tanta historieta en el lavadero. También me tiré a tu lado y el silencio que de pronto nos abrazó era la siesta misma. Una nube inmensa te mostraba con la espada de D’artagnan, a mí con un lazo en las manos dibujando en el aire un círculo perfecto, surcándolo hasta las patas de un ternero; desfilaban con vos el Llanero Solitario, Buck Jones, MisteriX, Tom Mix, Bat Masterson, Red Ryder, y el gran Tikonderoga, todos nos rodeaban y parecían saludarnos con alegría, aunque la felicidad se veía en tu rostro, Chicho, y vos la advertías en mí; cuando el Llanero montó a Plata, vi como mi amigo lo corrió, puso sus dos manos en el anca del caballo, montó de un salto y se tomó del héroe, giró su cabeza y me tiró un más que feliz saludo, en tanto escuchamos: ¡¡¡Chicooooos!!! a tomar la leche.

Carlos Mallaviabarrena / Tigre, septiembre 15 de 2020



 

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