Volver al pago 50 años después

Felix Peyre
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“Abel... un pueblo que existió”: así lo define un ex habitante de la pequeña localidad, hoy radicado en Neuquén. Después de medio siglo de ausencia recorrió el lugar. Tristeza y desazón lo embargó al comparar con aquellos tiempos de esplendor.


Se llama Orlando Huber, vive actualmente en Neuquén, y luego de integrarse a un grupo de WhatsApp se reencontró con amigos y recientemente vino de visita. Recorrió el lugar donde vivió su infancia en plena inundación. Poco y nada ha quedado. El impacto fue fuerte y en diálogo con "mirá" se refirió a la experiencia.

Al recordar su radicación en nuestra zona, sintetiza: "Mi familia es oriunda de Entre Ríos, y mi padre decidió emigrar en julio de 1973. Yo no se si mi padre sabía de la inundación que azotaba a Abel en ese momento, que es el lugar a donde nos dirigíamos a vivir.

La inundación era tremenda. Yo tenía 8 años y recuerdo muchos soldados y un helicóptero. Y mucha agua por todas partes cuando llegamos a Abel, ese lugar era un salón grande que pertenecía a la escuela".

Enseguida, Orlando profundiza detalles: "Nosotros seguimos el viaje hacia le campo a donde viviríamos y nos instalamos. Recuerdo que había una laguna enorme cerca de la casa y miles de gallaretas, a las que conocí en ese lugar. Junto a mi hermano menor empezamos a ir a la escuela N° 42 de Abel; íbamos en sulky por un camino que estuvo mucho tiempo inundado".

Egresó de la escuela primaria en 1977, y posteriormente siguió sus estudios secundarios en la ENET N° 1 de Pehuajó. "El día que egresé -destaca- fue el último día que estuve en Abel, porque por ese tiempo mi familia se mudó a Ancón, pues mi padre cambió de trabajo".

"Cursé la secundaria y a los 3 años de sobrevivir en Pehuajó me fui a la Patagonia, donde resido actualmente. En 1987, llegué a Cipolletti, viví 20 años ahí. Luego estuve 4 años en Centenario y desde 2012 estoy establecido en Neuquén"

Al mencionar el reciente regreso a nuestra región, manifiesta: "Siempre fantaseé con volver a Abel para volver a ver ese lugar, pero por circunstancias de la vida nunca había podido. Y hace un par de años Juan Carlos Zalazar me contactó (yo sin conocerlo) para formar un grupo de WhatsApp, y así sin querer, empecé contactarme con gente que ni me acordaba de ellos o que tenía muy vagos recuerdos y de algunos que realmente quería volver a saber de sus vidas".


EL REGRESO, LA DECEPCIÓN


Hace un mes, aproximadamente, vino a visitar a su madre y se contactó con el convecino Zalazar que le había sugerido ir a la localidad de Abel, “el pueblo desaparecido”, acota Orlando.

Las sensaciones y sentimientos que lo invadieron al llegar no fueron gratas. “Al ver las ruinas del pueblo, sentí tristeza y desazón. Los campos están desolados; los puestos que antaño contenían familias, están en ruinas o son taperas. Mucha fue la desilusión. No vi vacas, hacienda, vacunos. Todo deprimente. No vi gente a caballos en los campos y menos niños”.

Y al llegar al lugar donde había vivido, cotejó recuerdos: “Llegamos hasta la tranquera de acceso del campo en donde habitábamos. Está con los mismos palitos despintados, envejecidos, sobreviviendo a los tiempos. Esa boulevard tenía arboles jóvenes y era un lugar muy lindo; los árboles están crecidos sin control, viejos, algunos han perdido la verticalidad, nunca los han podado y el callejón muy abandonado”.


                                       50 AÑOS DESPUÉS

Las palabras de Huber son contundentes: “Que pena me dio, pero en ese momento me di cuenta que habían pasado 50 largos años, y me vino a la mente que a los 8 años mi madre me mandaba todas las tardes a buscar la vaca lechera y su ternero que estaban confinados en el boulevard, para que pasen su noche en el corral, a fin de ordeñarlos en la mañana”.

Le dije a Juan Carlos ¡Pasaron 50 años exactos! Yo tenía 8 años y ahora tengo 58- Por la matemática fue muy fácil caer en cuenta del tiempo que pasó y las huellas que dejó”, exclamó y en enseguida agregó:

“Me vine con un poco de pena… Ya no existe la escuela, que era la estación del ferrocarril. No están las hamacas que teníamos. No está la cancha de fútbol... ¡ya no hay niños!… Que placer me daría ver o sentir algo humano en el lugar. Algo que indique que hay vida humana como hubo en un glorioso tiempo”.

Y sus palabras lo dicen todo. Nada para agregar. A modo de corolario, sus expresiones finales: “La verdad, como conclusión, no se si la visita fue buena o no, productiva o no. No quiero ponerme a juzgar, pero las cartas están tiradas sobre la mesa, lo que vi es la realidad. Abel, un pueblo que existió...”



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