Una sencilla pero significativa reflexión dominguera para ratificar la importancia de extender una mano a nuestros semejantes, más aún ante situaciones extremas.
Un niño estaba parado, descalzo,
frente a una tienda de zapatos
temblando de frío. Una señora se
acercó y le dijo: "Mi pequeño amigo
¿qué estás mirando con tanto interés
en esa ventana?". Él respondió:
"Le estoy pidiendo a Dios
que me dé un par de zapatos".
La señora lo tomó de la mano y lo
llevó adentro de la tienda y pidió
a un empleado media docena de
pares de medias para el niño
y un par de zapatos.
Preguntó si podría prestarle una tina
con agua y una toalla y llevó al niño
a la parte trasera de la tienda.
Con cariño empezó a lavar los pies
del niño y se los secó, luego le colocó
las medias y los zapatos. Ella acarició
al niño en la cabeza y le dijo: "¡No hay
duda pequeño amigo que te
sientes más cómodo ahora!".
Mientras ella daba la vuelta para
marcharse, el niño muy feliz, la alcanzó
y la tomó de la mano, mirándola con
lágrimas en los ojos le preguntó:
"¿Es usted la esposa de Dios?"
La Señora le respondió:
"No, solamente soy una mujer
agradecida con lo que él me ha dado".
Queridos amigos, se imaginan
si todos fuéramos agradecidos a Dios,
¿Qué diferente sería el mundo?...
Fuente: www.laluzdemaria.com