Homenaje a Oscar Castell, ingeniero, dibujante, pintor, tenista, violinista. Vivió intensamente sus pasiones, cuya práctica y cultivo las sentía con vehemencia y lo hacían muy feliz. Reeditamos la emotiva entrevista realizada en abril de 2014.
El
dibujo fue su fiel compañero durante toda la vida. “Es una adicción, una debilidad”,
solía afirmar. Jamás se apartó, jamás dejó de practicarlo. Si hasta se enamoró
de quien fuera su esposa, no solo porque era linda sino porque dibujaba muy bien.
Se
llama Oscar Alberto Castell. A horas de terminar agosto, decidió partir, cambiar
el ámbito terrenal por otros, que le llaman campos celestiales. Allí,
seguramente pulsará fuerte su lápiz, seguirá creando y expondrá su estilo
sencillo, campechano, humilde, rebosante de talento e inteligencia. Con sus
acuarelas estampará mayor paz al cielo, si con solo mirarlas se apacigua el alma
y se serena el corazón.
Sirvan
estas palabras de introducción a la nota que publicamos en abril de 2014, luego
de un inolvidable encuentro en su casa de la calle Artigas, donde se respiraba
arte puro las veinticuatro horas del día. Y la memoria retrospectiva dibuja tantos
momentos compartidos que forman parte de la riqueza espiritual que sostiene y
enaltece a los seres humanos, pero que reflejan una manera de ser muy especial
que siempre lo caracterizó.
Exponer
sus creaciones no era fácil decidir. “Soy apenas un autodidacta” decía siempre,
pero sus obras se destacaron en salones, muestras y hasta trascendieron al
exterior. La humildad se imponía siempre. Su primera exposición en Capital
Federal, fue en la Casa de la Provincia. Le costó decidir. “A quien le puede
interesar lo mío”, vaticinaba. Tremenda sorpresa cuando la sala de exposiciones
en la Avda. Callao se colmó de gente, muchos residentes pehuajenses y numerosos
amantes del arte pictórico.
Hace
más de 40 años, junto a otros pintores que partieron antes, como Jorge González,
Tomás Arce, Irineo Suarez e Hilda Riscino, durante un encuentro de artistas plásticos
realizado en la estancia Magdala, Oscar comenzó a generar bocetos de dibujos
que luego concluía en su estudio y muchos se traducían en acuarelas.
No
paró nunca, hasta los últimos días siguió sumando bocetos. Era frecuente verlo
tomar apuntes en una esquina, en una plaza, en una confitería, en un comercio,
en una sala de espera de consultorio médico, en un banco, en eventos callejeros.
Todo era adecuado para satisfacer sus apetencias artísticas.
“En
la vida me fue bien y pude hacer lo que deseaba”, sostenía con inocultable
placer. Su profesión de ingeniero también le deparó satisfacciones. Centenares de
construcciones llevan su firma. También incursionó en el mundo empresarial,
siendo parte de la recordada Construcar SA y de Pehuajó TV Color.
Visitar
su casa, su estudio de ingeniería y su ámbito de dibujo y pintura, era incursionar
en un mundo de encantadores atractivos, fruto de su intensa labor artística.
Una exposición permanente, que bien podría ser un museo de arte ante su ausencia,
para honrar su trayectoria y exhibir ante las nuevas generaciones los logros de
un hombre que amó lo que sentía y lo hacía inmensamente feliz.
Habría
mucho más para comentar, pero lo expuesto permite apreciar quien fue Oscar
Alberto Castell. Siempre estará presente, más que nunca el tránsito a la eternidad
confiere trascendencia. El lápiz de Oscar y sus libros de bocetos siguen
activos en el amplio cielo que lo ampara, captando rostros y reencuentros, con
la misma pasión y el mismo amor.
Descansa
en paz.
ENTREVISTA PUBLICADA EN ABRIL DE 2014:
“El dibujo es mi compañero de toda la vida”
Nació en Tres Lomas, pero al año sus padres se trasladaron a Pehuajó. La educación primaria y secundaria la recibió en territorio pehuajense. Luego estudió ingeniería en La Plata. Si bien se destacó en actividades deportivas, desde niño se manifestó su apego al dibujo y la pintura. Afirma que es su vida. Lo vive y lo siente las 24 horas del día. Se considera autodidacta y sus obras han participado en salones y numerosas muestras, trascendiendo al exterior. Cuando faltaban horas para cumplir 81 años recorrimos con Oscar Castell las ocho positivas décadas de su vida.
“Cuando llegué a Pehuajó cuando tenía un año.
Hice la escuela primaria en la Normal. Cuando empecé recién habían puesto
primero inferior y superior. Los tres primeros años de secundaria los hice en
la Normal, y cuarto y quinto en el Nacional”.
Oscar recuerda sus primeros años en la ciudad,
y enseguida destaca su partida a la capital provincial. En La Plata recibió su
formación universitaria. “No había arquitectura, había ingeniería, y como me
gustaban mucho las matemáticas seguí ingeniería. El responsable de mi gusto por
las matemáticas fue el profesor Julián Issa, que sabía mucho. El que no le
gustaba la matemática estaba frito. Gracias a él que me motivó tanto seguí
ingeniería. Enseñaba tan bien que en los cursos preparatorios para entrar a
ingeniería no tenía necesidad de concurrir, nos había enseñado todo”.
Claro que siempre los adeptos a la matemática
fueron los menos. “Estaba totalmente loco, no ahora estoy más loco que antes…”,
acota el ahora octogenario ingeniero, y sostiene que “la ingeniería es mi vida
también. Todo se hace en función ‘de’, y uno no se puede despegar, en cualquier
cosa que uno ve encuentra una relación con la ingeniería y en esta época tecnológica
permanentemente”.
CONVIVIR CON EL DIBUJO
Su afecto por esta expresión creativa contagia.
“¡Le debo tanto, tanto al dibujo y la pintura! En la época de estudiante me
encantaba, por ejemplo, no me acuerdo que estudiaba en sexto grado, si me
acuerdo de dibujar a mis compañeros”. De inmediato, el artista nos muestra
aquel dibujo enmarcado con algunos rostros terminados y otros no, pero recuerda
el nombre de todos.
Echando una mirada a los años transitados,
afirma que “la ingeniería me ayudó en el dibujo a no tomar decisiones
rápidamente. Lo pensás bien. Aunque algunas veces por pensar se me fue el tren
de las oportunidades. Pero como en todo, uno tiene que ser fiel a lo que es”.
El living de su casa, el estudio de ingeniería,
los pasillos, el comedor, están cubiertos por sus obras, de diversas técnicas y
motivos, aunque proliferan los dibujos y las acuarelas. Ésta última parece ser
la preferida. “Si me gusta, me adapté, incluso porque si se te cae una gotita
de acuarela al piso, la limpio con un trapito, en cambio con el óleo te cuesta.
También, debe haber tenido alguna influencia, mi mujer, en mi inclinación. A
veces me retaba si ensuciaba, no siempre me pegaba, ja, ja, ja”.
ESE INQUIETO CHICO NUNCA PARÓ
Oscar no pudo dejar pasar aquellos tiempos de
juventud. Lo rememora feliz y señala que fue “una época de mucha actividad”.
“La muchachada era inquieta. Me gustaban todas las oportunidades que se
presentaban. A los 14 o 15 años empecé con todas las locuras. Me metí en
ciclismo y competíamos. Me encantaba. Y también en atletismo, era del montón,
pero me gustaba. Y años más tarde al tenis”.
EL DESEO DE MAMÁ Y LA LUCHA CON EL VIOLIN
Oscar narra que “muchas veces estaba jugando a
la pelota, y hasta último momento, entraba a casa, manoteaba el violín y lo
llevaba a lo Aquiles. Una vez, me acuerdo, iba corriendo y cuando llegue estaba
el estuche solo, el violín había quedado en casa. Y no sabía dónde lo había
dejado, en cualquier lado. Creo que el gran éxito de Aquiles Roggero me lo debe
a mí, tuvo que disparar de su alumno, y se fue de Pehuajó”.
Finalmente, aprendió a dominar el violín y
llegó a integrar la Orquesta Clásica Pehuajó en la década del 50.
Una pausa en el relato y el recuerdo de
talentosos músicos pehuajenses como Lo Gioco, Dasquevich, Rivoira, Maderna y
otros… “¡Eran geniales, tocaban dos instrumentos todos, porque hacían jazz y típica,
que oído tenían todos!”, exclama.
UNA DEBILIDAD: EL INCANSABLE DESEO DE DIBUJAR
Se ilumina su rostro, se levanta, va hasta una
habitación contigua y trae un dibujo póstumo de Mabel. Enseguida, saca del
bolsillo de la camisa el librito de apuntes, es el número 30 y pico. Cada uno
tiene alrededor de 100, por ello estima que ha hecho unos cuatro mil dibujos.
Nos muestra varios, justamente los tomados en
colas, de negocios, bancos, etc. “Mirá, este en la farmacia, una señora con el
nene, después el nene se bajó de sus brazos, me gustó la carita y la dibujé. Y
así con todo y en todo lugar. Esto me gusta, descubro que cada cara tiene su
historia, por sus expresiones, sus gestos”.
“Ah, en los consultorios médicos, no te imaginas
la cantidad de dibujos que puedo hacer. Es el lugar ideal, porque tengo el
modelo sentadito. Todos están esperando, preocupados y quietitos. Registro de
todo, chicos, grandes, viejos, lo que se cruce. Ah, cuando son caras feas
mejor, más me gusta. Me he acostumbrado a mirar la gente”.
Su hermosa adicción es inagotable. Le consume
horas. El tiempo libre no existe para Oscar. Es inagotable, si hasta en la
camioneta con la que recorre la ciudad, lleva su equipo de pintar, adaptado al
lado del asiento. El asombro domina el diálogo. Oscar sonríe y comenta: “Mis
hijos no heredaron mis gustos, por suerte salieron todos normales. De lo cual
me alegro si no te imaginás todos con esta locura. Sí, los dos son ingenieros,
pero agrónomos”.
DESCUBRIR UN MUNDO NUEVO
LOS VIAJES POR EL MUNDO
Oscar, su esposa Mabel, junto a su hijo, nuera y nietos, en Estados Unidos.
Ha pasado más de una hora. Imposible reflejar todo. Quedan muchos temas pendientes. Por ejemplo, los viajes hechos todo el mundo. “Gracias a Mabel, a ella le encantaba viajar”, rememora y agrega: “en las primeras épocas era difícil porque teníamos que dejar los chicos con las abuelas. La bisagra en la vida, fue cuando llegué a los 50 y pensé que otros 50 no iba a vivir. Ahora no se, porque dentro de unas horas paso los 80”, el buen humor eclipsa la emoción y retornan las sonrisas.
“A los 50 dije ‘ahora voy a hacer lo que a mí
me gusta’. Tenía la casa, los bienes materiales bien, los chicos bien ya no
dependían. Entonces, a viajar y pintar. Claro, hasta hoy he sido un tipo de
buena suerte. Siempre me fue bien, con algunos problemas si, pero en lo
profesional, en los negocios, tuve suerte”, concluye.
Nos vamos, no sin antes recorrer el amplio
living y escuchar precisiones de varios cuadros, especialmente paisajes urbanos
y rurales pehuajenses, como otros relativos a sus afectos, el lugar donde vive
su hija, Minnesota en Estados Unidos.
“El dibujo me ayudó hasta en la actividad de
ingeniería, le podía explicar a la gente un proyecto sin gastar saliva”, acota
y remarca: “y así en todo lo apliqué y lo sigo aplicando en todo momento. El
dibujo es mi compañero de día y de noche”.
-O-O-O-O-
EL DIBUJO HUMORÍSTICO
Los compañeros de 6to. grado
Un párrafo aparte en la charla sobre su experiencia en el dibujo humorístico y el reconocimiento a otro grande que tiene Pehuajó, Abel Hernández. Para Oscar, el dibujante “con más condiciones e inventiva que he conocido”.
“A los 10 años él y yo descubrimos que nos gustaba, nos reuníamos a mirar los dibujos que hacíamos. Nos gustaba tanto que inventábamos aventuras. Hicimos hasta el prototipo de una revista.
Alcanzamos a vender, creo que en un peso, ese prototipo a un boliviano de apellido Luján. Fue un éxito y entablamos una linda amistad.
Abel es extraordinario, estaba para irse a dibujar a Buenos Aires”.
EL RECUERDO DE JORGE ADAM
Al relatar lo que define como “itinerario de locuras” y el deseo de su madre por aprender violín, rememoró: “Pobre mi vieja. No sabía donde meterme. Se fue Aquiles y entonces después descubrió que un tal Urquía enseñaba violín. Y fui dos o tres clases, pero no se dedicaba a la enseñanza, era muy buen ejecutante. Pero mi vieja, cuando empecé a ir a la escuela, descubrió a Adam, un músico nato, un bohemio. Era de Munich, yo estuve allá y por sus antecedentes pertenecía a una familia increíble.
“Se vino por su bohemia, ni bien llegó al puerto le robaron el violín. En Argentina, como buen alemán tuvo tres hijos. Acá conoció a su mujer, María Ester Pérez. Él se llamaba Jorge José María Adam, al primer hijo le llamó Jorge, al segundo José y al tercero le llamó María.
Los tres fueron músicos, padre violinista y pianista, madre profesora de piano. Y el mayor, Jorge, un tipo excepcional en la música. Los dos teníamos una hermosa y bárbara locura, él más que yo.
Era uno de los pocos tipos, que yo me doy cuenta, que tenía un oído absoluto, capaz de escuchar una nota en cualquier lado y ya sabía con relación al piano o violín donde estaba ubicada.
Jorge era extraordinario. En música, un tipo fuera de lo común”.