Carta a mis hijos

Felix Peyre
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Vivir es hermoso pero no fácil. Amar la vida es fundamental. Ser uno mismo. Vivir y ayudar a vivir. Un consecuente seguidor de “mirá” nos acercó la carta, de autor anónimo, que fortalece un camino de fe entre padres e hijos.


Queridos hijos:
Si hay algo que no podría hacer jamás es no serles fiel. No ser sincero con ustedes frente a la vida que tienen por delante y que yo he recorrido yá en buena parte.

Y urgido por ello, es que quiero y necesito comenzar esta carta diciéndoles que verdaderamente "vivir es hermoso pero no es fácil". Y que sería tan falso negar lo primero como lo segundo. Son las dos caras insobornables de la misma moneda. Espero no haberlo inducido nunca y no inducirlos jamás a una visión superficial y demagógica de la existencia... haciéndoles creer que se puede cosechar lo que no se sienta. Que se puede ser feliz sin esfuerzos. Que se puede ser normal sin tener que renunciar a nada. Que se puede ser "un hombre" o "una mujer" sin comprometerse con un proyecto valioso y luchar por su realización.

Porque a veces los adultos llevamos una peligrosa necesidad de conformar siempre e inmediatamente a nuestros hijos, a los jóvenes, como si no tuviésemos ninguna experiencia y ninguna convicción sólida después de haber vivido 30 ó 40 ó 50 años. Y un poco nos sentimos tentados de ser simplemente compinches o compañeros, abandonando nuestra real identidad.

Quiero que mis hijos tengan una clara y gozosa certeza de que vivir es hermoso, pero no es fácil. Y que vale infinitamente la pena de cualquier esfuerzo, porque como la semilla, no podemos convertirnos en fruto sino después de haber aceptado la oscuridad de la tierra y el riesgo y el dolor del cambio para hacernos planta.

Sí. Quiero que mis hijos aprendan a mirar la vida de frente y que no esperen nada de regalo, porque eso es una actitud infantil que deberán superar para llegar a la madurez. A la experiencia de sentirse cabalmente personas.

Y mirar la vida de frente y mirar la vida de frente en un mundo que no es ni promete ser sencillo y acogedor, sino cada vez más complejo y exigente. Donde se podrán sentir tentados violentamente por la seducción del puro presente y del abandono de todo compromiso de largo alcance. Donde la desesperanza podrá golpear crudamente, provocando la muerte de los ideales, de la solidaridad y de la alegría.

Un mundo donde los avances del poder científico-técnico llegará a cuestionar y a poner en tela de juicio los pilares mismos de una vida con sentido, al provocar la fantasía de la propia autosuficiencia, de la absoluta autonomía y de la permisividad indiscriminada.

Para poder vivir en este mundo, queridos hijos, y conservar la alegría de vivir, necesitarán tener el coraje de no cerrar los ojos ante nada y no conformarse con medias respuestas ante este tremendo misterio qué es nuestra vida. Por ahí podrán encontrar el rostro eterno de Dios. Por ahí podrán predisponerse con la humildad de la verdad, para que la Palabra de Cristo se les haga familiar y les revele que Él es el verdadero camino de la vida, y puedan llegar a una fe adulta como la de Pedro.

Tanto ustedes como yo hemos escuchado el remanido y a menudo manoseado tema de las diferencias generacionales. De las etapas en que los adolescentes comienzan a distanciarse de sus padres y a ser fuertemente críticos, hasta llegar a totales oposicionismos que los hacen "convivir" casi con desconocidos.

Quiero decirles que a menudo se ha psicologizado desproporcionadamente todo ello. Que es necesario que ustedes vayan ensayando, con aciertos y errores, la nueva dimensión de sus vidas para llegar a ser ustedes mismos. Y no solamente reconozco y acepto que puedan ir independizándose para aprender a ser humanamente libres, sino que lo deseo ardientemente. Ustedes deben vivir la vida que Dios ha germinado en ustedes. Y deben aprender a vivirla en este mundo y con su generación.

No quiero cerrarles el camino en las fronteras de nuestro pequeño grupo familiar. Pero con la misma certeza y por el mismo ardor quiero acompañarnos a ir descubriendo el mundo, quiero acompañarlos a introducirse en él por el camino nuevo e irrepetible de cada uno. Acepto desde yá, los anhelos, los arrebatos, las exigencias que a borbotones brotarán de sus corazones vírgenes. Espero no escandalizarme jamás de nada.

Y espero aportar mi lealtad padre y amigo para ayudarnos a reflexionar y encontrarse. Por nada del mundo quisiera reemplazarlos en la tarea de mi vivir, pero tampoco por nada del mundo aceptaría que ciertas corrientes demagógicas e irresponsables nos e enfrentarán como vidas irreconciliables. Yo necesito de la sabia joven de ustedes para seguir renovando mi mundo. Y ustedes necesitan de esta lealtad de padre y de amigo, de este corazón que los ama como lo que son, vida de su vida, y de esta serenidad y fortaleza amasadas con los años, y en la que podrán encontrar siempre comprensión y descanso, reanimación y estímulo. Pero sin individualizaciones insostenibles sino pidiéndoles que me acepten en toda mi realidad de creatura humana.

Ustedes no son míos.
Ustedes son de ustedes y de Dios.

Y mi tarea no es poseerlos sino liberarlos para que lleguen a ser libres. Verdaderamente de ustedes y de Dios. Y no víctima de las ideologías de turno, de los demagogos de turno, de los tiranos de turno... ya sean personas o modos o deseos ingobernables.

Y por último, queridos hijos, quiero desearles que amén la vida tanto y más que yo.  Que sientan apasionadamente la alegría de vivir. Que en medio de todas las tormentas lleguen a mantener la certeza de que la vida es verdadera. Que la vida no es absurda. Y que después de cada noche amanece. Y esa certeza lo sostenga para no abandonarse. Que sientan ardientemente la alegría de amar, de crear, de compartir. De vivir y ayudar a vivir. Porque sería trágico y sin sentido que creyendo en la vida y en el hombre, no hicieron nada por los prójimos. No hicieran nada para que el mundo se humanice a imagen y semejanza de Dios.

Quiera Él darme una ancianidad que pueda contemplar la madurez de ustedes. Y que juntos podamos mirarnos a los ojos sintiendo que juntos fuimos fieles a la vida.

Adiós. Un abrazo.

Papá

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