Un cura campechano y talentoso

Felix Peyre
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El 3 de noviembre de 2016, un escueto comunicado de la parroquia Parroquia Nuestra Señora de los Dolores de Trenque Lauquen, informó que “a las 17,15 hs el P. Caito Mateos ha partido hacia la casa del Padre”.

Tenía 83 años. Fue párroco en Pehuajó, Tres Lomas y en parroquias de Río Negro. Los últimos años los pasó en su tierra natal, Trenque Lauquen, junto al afecto de amigos y la comunidad de la iglesia Nuestra Señora de los Dolores.

Fue un cura muy particular, campechano, astuto, piola. Un innovador, de profundas, firmes y coherentes convicciones. Amante de las cosas nuestras, conocedor de la gente, fiel intérprete de necesidades y sentimientos. Informado, reflexivo, incisivo y decidido. Muchas veces orilló la transgresión por causas justas que algunos dolores de cabeza le causaron. Pero no claudicó. Tenía muy clara su tarea evangelizadora.

Tal vez un avanzado. Cuarenta años antes que el papa Francisco, hizo “lío” en nuestra zona predicando la palabra de Dios con un estilo campechano. En la década de los años 80, concurría a mi programa de radio, todas las mañanas por LT22. Transmitía el evangelio con notoria elocuencia y sencillez. Como lo inculcaban las abuelas, con el beso de las buenas noches y el “Dios me acuesto y con Dios me levanto”, a modo de agradecimiento y bendición.

Compartimos la dura prueba de las inundaciones. Recuerdo que en 1987, cuando todo un pueblo contenía el avance del agua poniendo bolsas de arena en el terraplén de La Salada, fui de movilero al lugar, frente al barrio Belgrano, y “Caito” me hacía de nexo en los estudios de la radio. Al terminar cada nota que emitía desde el terraplén, le decía “Dios está con nosotros Padre Mateos”. Y él rubricaba con un mensaje de contención, de esperanza y fe.

Un día de la tradición, en esa misma década, frente a la Municipalidad esperábamos la llegada del desfile gauchesco que habíamos coordinado con el Centro de la Tradición. Como siempre, se demoraba y el horario pautado no se cumplía. Al llegar, el cura párroco impartía la bendición.

Ese día, el padre Carlos había programado un desafío de tenis, a las 19 horas. Se hizo la hora y el paseo de los gauchos no había cruzado la avenida Perón. Me lo había advertido: “Si a las 19 no llega, me voy”. Y así fue.

Antes de retirarse, me pregunta: “¿Vos sos bautizado?”. “Sí”, le contesté. “Entonces, ¡bendecidlo vos!”, me respondió. “¿Yo? No, Padre”, repliqué. “Si vos, todo bautizado puede bendecir”, remarcó. Me impartió su bendición y me entregó el texto de la oración, porque siempre las escribía, y se retiró.
Llegó el desfile y previa aclaración que lo hacía por pedido del Padre Mateos que se había tenido que retirar, hice la oración y pedí la bendición (ver texto aparte). Hoy confieso, que me sentía un tanto incómodo. Ahí comprendí la trascendencia de la bendición, y recordé cuando niño el beso en la frente de la abuela o de mi madre, cada noche al irme a dormir.

Valga el recuerdo para reflejar cómo era el padre Mateos. Sus palabras, a veces de tono rígido, imponían respeto pero se traducían siempre en ejemplos y enseñanzas.

De regreso a la Casa del Padre, descansá en paz.

Félix P. Peyrelongue (“Chico Feo”)
chicofeo52@hotmail.com
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