Es una
de las pocas o tal vez la única herrería rural con rasgos tradicionales que
queda en pie. Está inactiva comercialmente pero su dueño la conserva como un
hobby predilecto. Todo su contenido nos transporta a una época que hizo
historia en la región, cuando la tecnología parecía una utopía. Aquí los
hombres de campo encontraban respuestas a sus necesidades. Aquí se hicieron
miles de marcas ganaderas. Aquí se respira la
tradición.
Visitar el lugar,
construcción tradicional más que centenaria, implica un reencuentro con usos y
costumbres del trabajo de campo, algunas de las cuales persisten porque la
tecnología no las pudo suplantar. La vieja herrería, ubicada en Chassaing y
Zanni, es una especie de museo viviente. Tiene el aroma de otros tiempos, las
características edilicias sólidas, bien consolidadas, herramientas históricas y
la pasión contagiante de su morador, Don Mario Alberto Ongaro, que acaba de
cumplir 77 años rodeado del afecto de su amada familia.
Llegamos a la vieja
herrería. Alberto, como todos lo llaman, con antiparras en su rostro y con el
soldador en mano, repara una pala de punta afirmada a la morsa. Nos recibe con
una sonrisa a flor de labios. Deja la tarea y pasamos al escritorio de la
herrería, ámbito prolijamente ordenado, donde se genera un ameno diálogo.
“Vine con mi padre a
los nueve años y ya empecé a trabajar en la herrería con él. Llevo 68 años en
la actividad. Heredé el oficio, inclusive mi abuelo ya era herrero pero en otro
lugar. En 1948 mi
padre, Ceferino Ongaro, empezó en este lugar”, sintetiza Alberto con pocas
palabras no exentas de plancentera nostalgia.
“Esto es herrería de
campo o herrería rural”, aclara Alberto y añade “como lo que hace Julito Corral
quien agregó carpintería”, en alusión a las instalaciones ubicadas a una cuadra
del lugar. “He hecho todo tipo de trabajos para el campo. Hago marcas de
hacienda, cierre de tranqueras, todo en fierro. En un tiempo, nuestro fuerte
fueron las rejas para arados, hasta que llegó la sombra directa y esa tarea
desapareció. No se hicieron más rejas de arado”.
UN OFICIO QUE AMA
El avance de la
tecnología, como sucede en otros rubros, fue dejando en el recuerdo tareas
otrora prioritarias. “Este oficio me gusta mucho, por eso lo aprendí y lo sigo.
Económicamente no he hecho diferencia ninguna, pero crié mi familia, tengo mi
casita, tengo mi autito”, acota Alberto con un gesto de satisfacción.
La vieja herrería ya
está alejada de la vida comercial. Su propietario se acogió a los beneficios
jubilatorios pero nunca pensó en desmantelar la vieja construcción. Al
contrario, acude todos los días y ahora la tarea del herrero tiene aires de
hobby, de entretenimiento y se produce algún ingreso bienvenido sea.
“Cuando me jubilé
pensaba que iba a hacer otra vida. Desgraciadamente tengo la jubilación mínima,
mi señora se jubiló con esa de ama de casa. Entonces sigo haciendo algo, una
porque me gusta y por ahí haciendo algo a conocidos me entretengo, hago lo que
gusta y sumo algún pesito a la jubilación”, señala Ongaro a propósito de la
actividad que ahora realiza sin horarios ni compromisos rigurosos, si bien
siempre ha sido respetuoso de sus numerosos clientes, algunos de los cuales,
con 20 o 30 años de relación, lo visitan periódicamente y traen a sus hijos.
Las herramientas son
todas antiguas. Están bien conservadas, cada una en su lugar, como en los tiempos
de intensa actividad cuando la clientela era numerosa, la mayoría gente de
campo. “Antes hacíamos trabajos grandes, cabinas para tractores, cajones para
sembradoras. El tiempo en que los tractores venían sin cabina y la gente se
moría de frío o se moría de calor. Hacíamos muchas hasta que un día se terminó,
cuando venían de fábrica con todo incluido”.
LAS MARCAS SIEMPRE
VIGENTES
Es una de las
particulares del herrero Ongaro. Conserva centenares de testimonios de los
trabajados realizados. “En este momento, como se ha tecnificado el campo, piden
cosas
que el hombre de
campo no puede hacer solo, como las marcas de hacienda. Yo digo que es un
garabato hecho con hierro, garabato digo yo porque cada vez viene más
complicada. Y también traen a hacer una cerradura, un cierre de tranquera,
aunque cada vez es menos. Ahora en el campo con la tecnología tienen de todo”.
Y nos detenemos en el
tema al observar la impactante colección de marcas ganaderas. “La marca es más
vieja que la marca”, dice Alberto y añade: “Cuando íbamos a la escuela nos
decían Colón cuando bajó la marca del barco y las marcó (risas). La marca
ganadera no se ha podido suplantar, hay chip ahora y otras cosas, pero la marca
es sagrada hasta ahora. Siempre digo que aguante un poco más y después que la
cambien por lo que quieran”.
Entrando en detalles,
acota: “Parece una cosa fácil pero la marca caliente no lo es. Hay un registro
de marcas en La Plata ,
desde donde mandan el boleto (antes mandaban hasta el fierro). El boleto de
marcas es como la libreta de enrolamiento del hombre. Si al animal le pasa algo
ahí se sabe a quién pertenece. El diseño lo hacen allá, porque no puede haber
dos iguales”.
MUCHAS MARCAS Y NINGUNA “VAQUITA”
“Yo ahí tengo como
mil quinientos diseños de marcas, he hecho más”, dice al señalar el lugar de
archivo. “Ah, el dueño de los animales no pueden hacer la marca hasta que no
tiene el boleto que tiene una validez de diez años. Hay que renovarlo como el
carnet de conductor. Ahora si se cumplen los diez años cambia el diseño, pero
si se renueva antes de los diez queda el mismo”.
“Tienen una medida
determinada para que se vea cuando se aplica al animal. Quema en la parte del
pelo, y a veces el cuero, pobres. Dicen que no le duele, porque no hablan
pobrecitos. Yo las hago finita abajo y gruesas arriba. Finita para que apenas
toque marque, si ahí es muy gruesa deja un borrón. Y arriba gruesa para que
aguante el calor, sino se calienta y el animal está a varios metros y cuando
llegas se enfría”.
“Acá en Pehuajó las
hacían también Canepa, un gran herrero. Y hubo muchos, los Corrales, el abuelo
de Julio era herrero, su padre también. Después los Pinilla, siempre hablando
de herrería de campo”. Los diseños son múltiples, diversos, el tema de las
marcas lo apasiona a Alberto y exhibe con orgullo la colección en madera.
“Gracias a Dios he hecho muchas marcas pero no tengo vaquitas”, asevera y es
cierto, pero aunque las vaquitas son ajenas llevan la marca de Ongaro.
¡QUÉ CONSTRUCCIÓN!
Mirar las paredes, el
techo, las puertas, los ornamentos, las herramientas (mesa, torno, mazas,
ganchos, pinzas y tenazas, cortafierros, punzones) es retroceder en el tiempo e
imaginar el Pehuajó de una época muy distinta, plena de matices que causan
sanas añoranzas, sentimiento que Alberto alimenta todos los días, a cada
instante, como en aquella lejana niñez junto a su padre y como en los años de
su juventud.
“Estoy muy contento y
doy gracias a Dios por la salud. Años atrás el trabajo de herrero era medio
bruto, mis abuelos enllantaban carros y nosotros mismos con las rejas, todo el
día martillando, limando. Yo quizás ya trabajé con menos fuerza bruta, pero los
abuelos no. Enllantar era bravo, estar horas en verano a pleno fuego, o estar
ante la fragua”.
Y al final del
encuentro, ya en el patio de la herrería, la presencia de una vieja bomba y el
recuerdo de la niñez cuando bombear para llenar el tanque de agua tenía su
premio. Nos vamos, regocijados y dichosos de haber conocido el lugar y haber
aprendido algo más sobre una faceta laboral y cultural de nuestro pueblo, la
herreria de campo.
Vaya entonces el
homenaje a todos los pehuajenses que hicieron y hacen labores similares, a
través de Alberto Ongaro, quien repite “Esto me gusta y lo hago con mucho amor”
y la inevitable mención a la familia:
“Siempre digo y le
digo a mis hijos (dos varones y una mujer) lo peor que hay es agarrar un
trabajo que no le guste. Se hace por obligación, por necesidad económica, un
trabajo que no te gusta. Yo los probé a ellos, lo hacían mis hijos pero no era
lo de ellos. E hicieron lo que les gusta, los varones asuntos de papeles,
contables, y la hija es maestra para chicos con discapacidades. Gracias a Dios
están ubicados. Ah, y los nietos son otra de las cosas lindas de la vida. Los
hijos se pasan de primera a segunda, de chicos a grandes, ahora los nietos no.
Los vivís y hasta los mal crías”, concluye con una sonrisa más amplia y con sus
ojos celestes a brillo pleno.
Y como bien ha dicho
el poeta: “Cuando le saco la escoria / a la fragua del pasao, / se mueve un
fuelle gastao / que echa un vientito de historia. / Se calienta mi memoria / al
prender la evocación / y entre el humo del carbón / de mis recuerdos viejazos,
/ tus lejanos martillazos / golpean mi corazón”.
La familia, divino tesoro
-“La jubilación se vive según el genio
de cada uno. Tengo unos amigos que se le terminó el trabajo y parecía que se
les había acabado el mundo. Se aplastaron. Y empieza a trabajar un poco la
cabeza. La jubilación es un número nomás…”
-“Marca otra etapa de la vida. Yo
pensaba, sacaba cuentas y decía que el jubilado se puede dar otra vida, sin
tirar manteca al techo. Pero en mi caso, sé que no puedo vivir con una mínima”.