Trabajo, solidaridad y familia

Felix Peyre
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Todo hombre es un héroe, sin bronces ni laureles, tan solo por ejercer de pie el difícil arte de vivir. Lo conocen como “Zapata”. Se radicó en el barrio Don Domingo cuando había unas pocas casas. Hombreó reses de carne vacuna durante casi 40 años. Organizaba asados vecinales en la vereda y produjo verduras para regalar a los vecinos. Una vida de esfuerzos, sacrificios y solidaridad con mayúsculas.



La patria cumple 200 años de independencia. En el centro vibran los festejos por el bicentenario, y al final de la calle Alberdi, pleno barrio Don Domingo, nos encontramos con Héctor Omar Ruiz (67), apreciado convecino radicado en el lugar desde hace más de 45 años. Todos lo conocen como Zapata, aunque no sabe con exactitud por qué. Así lo denominaron al poco tiempo de llegar y ahora ya no importa el motivo: para la barriada y los amigos es “Zapata”.

“A los 14 años vine de Zalazar y vivía con mis hermanos en frente a la Barraca Atún. A los 18 años ya me vine para estos lados, y a los 20 me casé y ya me quedé en el barrio”, señala a modo de síntesis.

En el año 1967 trabajó de albañil en la construcción del barrio Obrero, uno de los primeros de la ciudad. Luego, en 1974, consiguió entrar al frigorífico cuando era Cooperativa de Productores Vacunos de Pehuajó. Ahí comenzó la ardua tarea de hombrear carne. “Todavía en ese tiempo era matadero, y todo el edificio estaba rodeado de plantas de eucaliptos. Ahí conocí a los carniceros que iban ellos mismos a matar, pero pasaron los meses y ya no dejaron matar más ahí porque empezó como frigorífico, y algunos carniceros se fueron a matar a Madero donde funcionaba un matadero”.

HOMBREAR CARNE
Ruíz recuerda que cuando hacía el reparto de carne en los comienzos del frigorífico, había que afrontar todo tipo de tareas. Cumplía el horario matinal de trabajo y por la tarde hacía horas extras. “Siempre digo que parecía que en ese tiempo era fácil, pero no era fácil porque los carniceros iban a la feria y como les hacían precio compraban los animales más pesados, y después nosotros teníamos que repartir. La matanza empezaba a las seis de la tarde, y a lo mejor había 60 animales de los carniceros nada más. Y cuando ya no dejaron matar más a los carniceros todo había que sacarlo del frigorífico, para hacer el reparto de noche”.

Eran otros tiempos, si “hasta nosotros teníamos las llaves de los carniceros que te la daban para no levantarse temprano, hoy nadie te da la llave”, acota Zapata, y frota su mano sobre la mejilla con un dejo de sana nostalgia, para sintetizar enseguida los años trabajados en el duro oficio:

“Cuando entré al frigorífico empecé a cargar camiones, hombrear carne. Treinta y nueve años estuve hombreando carne. Apenas entré comenzamos a hacer reparto a los carniceros que después los sacaron, y en ese momento pensé que iba a venir más fácil porque van a matar desde frigorífico, pero no fue así. Fourcade se trajo los animales más pesados que había en el campo. Eran animales de 200 kilos, de 250. Todos novillos re pesados. No es como ahora que matan vaquillonas de 70 o 80 kilos”.

FUERTE COMO UN ROBLE



De solo imaginar el peso se puede dimensionar la tarea. “Estuve 39 años y a mí no me duele nada. Ni las piernas ni la cintura, y nunca anduve fajado. La gente que me conoce lo sabe, sí tuve desgarros en las piernas porque por ejemplo cuando llovía y me patinaba, hacíamos lo imposible para no tirar al animal en el asfalto”.

El relato por momentos sorprende y conmueve. “Hombreaba media res al hombro, llegué a bajar 278 kilos al hombro. ¡Y había que bajarlo, eh! Estos carniceros cuando mataban tan pesado, yo con otro muchacho, Carlitos Martínez, que me enseñó al igual que Jorge Silva, los ponían en guincheras muy altas y era muy complicado poder bajarlos y llevarlos. No era fácil antes. Hay que pararse bien, abrirte un poquito de piernas. No es decir “hacelo así como lo hago yo”.

La actividad era intensa, se faenaban entre 100 a 120 animales por día. Y además de faenar había que repartir. “Repartíamos en el pueblo, y había días que me mandaban a la zona. Salíamos a las cinco de la mañana y hacíamos Madero, Paso, Beruti, Trenque Lauquen, Fortín Olavarría y América. Y capaz que veníamos y había 120 medias res para repartir. Eran las cuatro de la tarde y salíamos de vuelta a terminar el reparto. Y al otro día, a las cinco de la mañana, cansado, llegabas cinco minutos tarde y te mandaban de vuelta a tu casa, sobraba la gente pero para este trabajo no. Capaz que a las 10 de la mañana te llamaban para hacer el reparto local”.

“ERA BRAVO, NO ERA FÁCIL”
“Zapata” se regocija placenteramente al recordar aquellas jornadas de intenso trajinar. Todo era esfuerzo y voluntad. “Yo iba de mi casa al frigorífico a pie, y si llegabas cinco o diez minutos tarde te mandaban a tu casa. Era bravo, no era fácil el trabajo. Pero gracias a Dios estoy bien, hay otros que a los veinte años andan a la miseria de la cintura. A mí no me duele nada a los 67 años”.

También vivió experiencias llevando carne a Mar del Plata y Buenos Aires. “Fui dos veces y dije no voy más. Acá estamos acostumbrados que si entramos a una carnicería y hay una abuela pedimos permiso, allá te empujan con la carne y te manchan la ropa. Entonces no les importa nada, acá no estamos acostumbrados a eso. Nada que ver aquella gente a nosotros”.

Se sentía y se siente feliz por todo lo hecho, pero claro que este ejemplar trabajador también afrontó etapas dolorosas. “En el frigorífico tuve 17 años, me sacaron y no sé por qué. Nunca pude dar con la persona que me sacó. Cuando yo más necesitaba, que tenía a mi señora enferma, me sacaron. Pero menos mal, a los seis o siete meses, un patrón que tenía antes, Rubeinstein, me dio trabajo porque empezaron a vender carne afuera y se acordaron de mí. Y bueno terminé la carrera con él, se portó diez puntos conmigo”.

Si bien la salud lo acompañó siempre, llegó un momento en que el cuerpo empezó a pasar facturas. “Últimamente ya no podía más, ya las piernas no me daban como cuando uno tenía 25 o 30 años. En el apogeo jugábamos con la carne. A mí lo que más me dolió es cuando yo iba a dejar de hombrear, yo decía que me iba a jubilar a los 65 años, pero me tuve que jubilar antes porque decían que el corazón mío estaba agrandado y no podía hombrear más. Estuve siete meses sin trabajar hasta que llegó la jubilación, y mi patrón me siguió pagando el sueldo como si estuviera trabajando hasta que me jubilé por eso siempre le estoy agradecido”.

ASADOS VECINALES Y VERDURAS GRATIS



Ama el barrio donde vive. Ayudó siempre y compartió con los vecinos. Repartió verduras que él mismo producía y ofreció imponentes asados en la vereda de su casa. Nunca pidió nada. “Veníamos con el camión de la carne lleno de achuras, y hacíamos cuatro o cinco asados. Hacíamos un fogón ahí en la vereda al lado del canasto. Acá no te mandaba nadie en ese tiempo, hacíamos lo que queríamos. Cocinábamos en la vereda, hacíamos asado, por ahí hacíamos baile, nos juntábamos a bailar toda la noche, toda gente buena”.

Y las buenas acciones de “Zapata” fueron constantes. “Yo tenía quinta acá enfrente y le daba verduras a todos, jamás le cobré a nadie. A veces venía a las cinco de la mañana, y en vez de acostarme me ponía a regar. Y todo para regalar porque nunca vendí nada. La gente que me conoce a mí puede decir quién fui yo acá”.

Huelgan las palabras. Ruíz o “Zapata” comparte su vida junto a hijas y nietos. En la medida de lo posible, el solidario vecino siempre está. “Hay que seguir por los nietos y por la gente que te quiere”, afirma feliz. Y seguramente por su esposa y una hija que desde el cielo iluminan los días del sacrificado laburante.

La tarde del 9 de julio se esfuma lentamente. Los últimos rayos del sol iluminan las casas viejas y las casas nuevas de “Don Domingo”. Nos vamos de la casa de “Zapata” con el alma enriquecida. Cuánta tela para cortar y cuántos mensajes para tener en cuenta. “Zapata”, un laburante como pocos, un buen vecino. “No hice plata, a lo mejor la malgasté, pero me divertí y los gustos me los dí todos. Tengo amigos, todavía me quedan muchos. Gente que me quiere, que vienen a comer”.

Acaso su corazón se agrandó, no tanto por el esfuerzo laboral sino por la entereza y la bondad de su alma.

“No me gustaba faltar, a la mañana éramos tres personas y cargábamos tres semi, eran 150 medias, y después teníamos que hacer el repartos local que había 130 medias. Terminábamos a las cuatro de la tarde”.

Era difícil conseguir empleados para esto. No había. Ahora hay pero matan animales chicos, el más pesado pesa 140 o 150. Para nosotros eso era un juego. Nosotros en la carnicería de Yrigoyen, que está ahí al lado de la escuela Normal, que tiene dos o tres escalones, dejábamos novillos de 170 a 200 kilos y los pasábamos de costado corriendo”.

“Hombreé hasta los 62 o 63. Anduve 39 años abajo de la carne, por todos lados anduve. A los carniceros los conocí a todos. Ahora tengo 67 años, pero hasta los 65 estuve amargado porque me jubilaron antes por esa enfermedad, pero no me agarró depresión pero yo me levantaba como si estuviera trabajando temprano. Y una hija mía me decía ‘quedate hasta más tarde’, pero yo no puedo porque yo pienso que todavía sirvo”.

“En Salcines y en supermercado Moya había carritos para bajar la carne, pero se perdía mucho tiempo. Y no eran quince vacas, había 130 medias arriba del camión y había que bajarlas”.


“Su amado barrio”
Los casi 50 años vividos en el barrio “Don Domingo” fortalecen su arraigo al lugar. Lo vio crecer y puso lo suyo para que eso ocurriera. “Cuando vine había siete u ocho casas nada más. Esto era todo quintas, liebres y perdices. Imaginate cuando trajimos la luz, la gente estaba re contenta. Después trajimos el agua hasta la esquina aquella, a dos cuadras la gente, a veces haciendo cola”.

“Estoy feliz, tranquilo en el barrio mío. Acá estoy desde los veinte años y cuando llegué ya me empecé a hacer la casita. No había luz ni nada. Nosotros trajimos la luz del otro lado de Defensores”. A propósito, rememora la alegría que provocó la llegada de la luz eléctrica al barrio. Fue en 1974. “Hicieron un acto con un palco acá en la esquina, re contentos todos, porque nosotros -los vecinos- hicimos los pozos desde el Molino para acá”.

Detrás de su casa está la capilla del protector del pan y el trabajo. También estuvo en los inicios. “En San Cayetano hicimos una comisión y hacíamos baile. Pero después fue cambiando todo. Nosotros habíamos hecho una capillita chiquita,¡ lo que era cuando hacíamos fiesta!. Había que colaborar con San Cayetano”.

“¡Cómo cambió este Barrio Don Domingo!” exclama, y afirma sonriente: “Por eso digo, yo no me iría del barrio ni en pedo. Toda la gente amiga que tengo yo acá”.

“Padre y abuelo de fierro”
-“Qué orgullo de tener ese padre, amigo, compañero… El que está siempre con todo los que nos tocó vivir en estos años… Sos el que está ahí y me saca una sonrisa, a pesar que estoy pasando una dura etapa de mi vida… Aunque no te lo diga: ¡Sos todo para mí. Te amo, Papá!”.
Tu hija Fabiana.

-“Qué orgullo es tener a un abuelo, padre y vecino tan generoso como el que tenemos, que siempre está dando una mano a quien la necesita, que está al tanto en los buenos y los malos momentos. Que supo ser agradecido de la vida de todo lo que le dio, que a pesar de los golpes de la vida nunca bajó los brazos. Es inmenso todo lo que te queremos. Gracias por enseñarnos el valor de la vida. Te merecés esto y mucho más”.

-“Jamás alcanzarían las palabras para agradecer todo lo que hiciste y lo que haces día a día por nosotros. Estamos orgullosos del hombre que tenemos al ladode todos nosotros. Que siempre lucha por lo que quiere. Que siempre da todo sin pedir nada a cambio. Que siempre está entre nosotros, en las buenas y en las malas, con una sonrisa brillante en la cara, con unas historias hermosas de vida que desde chiquito nos contabas y hasta el día de hoy, de ese hombre, abuelo, padre, amigo, del que estamos orgullosos. Jamás baja los brazos y jamás los bajes. Tu alegría la transmitís a todos, como tu tristeza, pero siempre adelante. Sos un padre y un abuelo de fierro. Sos todo lo que nosotros queremos. Gracias por ponerte en nuestro camino. Te amamos”.
Tus nietos y bisnietos

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