La obra de Cantarini |
Un ser parado frente a la cruz. A la izquierda la presencia del mal, simbolizado en Satanás, impregnado de soberbia y riquezas. A la derecha, la presencia del bien, representado por muchos seres que ya no están entre nosotros, cobijados por la paz eterna e impregnados de buenos sentimientos, humildad y mejores intenciones.
El ser parado frente a la cruz recibió la invitación del mal para compartir una cena con abundantes manjares y suntuosa mesa. Al mismo tiempo, el bien simbolizado por numerosos seres, los invita a compartir su mesa, muy precaria, sin sillas y con algunas rodajas de pan.
El ser, frente a la cruz, debe decidir. Opta por la invitación del bien y comparte la humilde mesa. Solo consume una rodaja de pan y siente en su interior una profunda paz, dominante, placentera, una sensación de absoluta felicidad. Sin duda, la presencia de Dios con su infinita bondad.
El momento se esfuma y la realidad terrenal retorna. La experiencia es maravillosa, quizás para muchos no fácil de entender. Pero para otros un enternecedor mensaje de fe, que solamente puede contar quien lo vivió.
Nosotros, al observar su creación, con las limitaciones interpretativas lógicas, simplemente tratamos de transmitir el mensaje, más allá de que cada uno asuma su propia interpretación como sucede con toda obra de arte.
No hace mucho tiempo, el autor sufrió un traspié con su salud que motivó una situación límite, felizmente superada. Ahora, la plasmó en esta obra. Una evidencia de sus condiciones humanas y personales. Una síntesis del viaje sin final que todos, tarde o temprano, tenemos la certeza de transitar.
Gracias, Cantarini, por permitirnos compartir su vivencia, su creación y reforzar este camino de fe.