El romance de Aniceto y Olga

Felix Peyre
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Cinco hijos, diecisiete nietos, veinticinco bisnietos y dos tataranietos. Llevan más de seis décadas de matrimonio. Ella tiene 76 años y él, 84. La pareja proviene de Francisco Madero pero hace tres años se radicaron en Pehuajó, para estar más cerca de sus afectos. “¿Secreto? Que se yo, es cuestión de llevarse bien”, dice Aniceto. “Y sí…”, afirma Olga.

Olga y Aniceto conforman el característico matrimonio de laboriosos campesinos, que sin tener campo propio sintieron como suyas distintas estancias de la zona, donde realizaron todo tipo de trabajo rural. Olga Ache es oriunda de América, partido de Rivadavia, y se radicó desde chica en Francisco Madero, cuando sus padres vinieron de puesteros a la estancia “La luz mala”. Aniceto Coria es nacido y criado en suelo maderense, pero sus padres vinieron de Santiago del Estero, pasando primero por General Alvear y Tres Lomas.

En 1951, Aniceto estaba en la estancia “Los Indios”. Ese año se casó y trabajó con Olga en la estancia de Fourcade. “Más adelante -relata Don Coria- pasé a “El Tostado”, después anduve en mucho en campos de la firma Inchauspe. Hice muchos trabajos, todo tipo de trabajo rural, y después pasé con Arrechavaleta con quien estuve cuarenta y dos años de encargado. Ahí me jubilé”.

No hay ninguna tarea rural que desconozca. Las manos de Aniceto practicaron todas. Olga, su mujer, que lo acompañó siempre, expresa: “vivimos siempre en el campo. Mandamos a los chicos a la escuela 35 de Alagón. Los cinco hijos que tenemos terminaron sexto grado ahí”.

“Había que hacer de todo”, comenta Olga en voz baja, que como su esposo irradian la simpleza y la humildad de tantos hombres de campo que a costa de esfuerzos y sacrificios formaron su familia y forjaron su bienestar. Hoy, a los años mozos, el trabajo es apenas un recuerdo. “Siempre realicé las tareas de la casa y lo ayudaba a él en el campo, en todo”, dice Olga, mientras que Aniceto añade: “yo hacía todo el control ahí; en la cosecha, en las aradas, sembradas, en las riendas, todo, todo. Le entregábamos el cereal a La Agrícola, yo les firmaba los vales a los camioneros y ellos los traían. Si yo no lo firmaba no le hacían la descarga”.

62 AÑOS UNIDOS
Olga y Aniceto se casaron el 11 de agosto de 1951. El acto civil fue refrendado por el escribano Ramón Ginies y la ceremonia religiosa se celebró en la Iglesia “Nuestra Señora de la Merced” de Francisco Madero. “Estamos contentos de estar juntos, se criaron los hijos”, dice Olga. Y al pedirle que revelen el secreto para sostener el matrimonio, contestan: “¿Secreto?... Que se yo”, dice Aniceto. “Es cuestión de llevarse bien”, agrega. “Y sí…”, afirma Olga.

Así de simple. “Alguna discordia hay pero no es a mayor. Nunca tuvimos un diálogo así de protesta”, agrega Aniceto y remarca “Pero no es tan fácil llegar a una edad así, eh. Uno les da consejos a los jóvenes, pero generalmente no los toman…”

CORIA, EL JINETE. SE RETIRÓ A LOS 70 AÑOS
Fue su pasión. Toda la vida, tanto como jinete en distintos escenarios como domador, adiestrando animales en campos de la zona. Aniceto se autodefine como “conocedor de la zona y muy sacador de premios”.

En su relato florecen los recuerdos de muchas jineteadas donde fue protagonista y de los premios logrados en el campo “La Pastora” de Nueva Plata, en competencia de Nueve de Julio, Bragado, Chacabuco, Carmen de Areco, Junín y Martínez de Hoz.

Mientras que Aniceto relata sus logros y anécdotas, Olga lo interrumpe: “estábamos en un tambo allá en Martínez de Hoz y él subía en la doma y nos decía: ‘si saco premio las llevo al baile’. Estábamos yo y mi hermana ahí, así que bueno, sacaba premio y ya sabíamos que íbamos a ir al baile. Así que veníamos del baile derecho al tambo. Éramos jóvenes, vio, no nos hacía nada”.

Aniceto, como buen jinete, no esquiva monta alguna. “Hice todas, la más complicada para mí era encimera pelada”. Y ostenta un halago muy especial: “Tengo el orgullo de decir que en una doma no me caí nunca. ¡Nunca! ¡Mire que anduve en muchos lugares, eh! Ahora, el día que salté y quedé parado, dije basta y me retiré”. Tenía 70 años y le dijo adiós a los campos de jineteadas.

“Ahora ya no quiero ir a las domas porque uno sufre mucho al gustarle tanto”, afirma Aniceto apretando sus labios en gesto de resignación.

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