“Huelen a cedro sus manos y a roble su corazón”

Felix Peyre
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Así reza la tradicional “Zamba del carpintero”. Nada mejor para calificar a este inmigrante italiano, que ejerce el oficio desde la niñez. En plena juventud, decidió dejar la carpintería de su padre y se transformó en albañil. Trabajó en la ciudad y en el campo, pero un día se reencontró con las herramientas de carpintero y hasta hoy convive con el olor de madera y aserrín. En común verlo transitar en bicicleta con su caja de herramientas por las calles de la ciudad. Pedro Carlos Félix Biagioni (89), un carpintero de todos los tiempos. Recuerdos que emocionan de una vida, plena de hechos y vivencias que lo mantienen activo y con una sonrisa permanente.


Al consultar a Tito Arive, sobre un carpintero pehuajense de los más antiguos, no titubeó en decir Pedro Biagioni. “Va cumplir 90 años y todavía trabaja”, acotó el conocido copropietario de maderera “La de Gajos”. Visitamos a Don Pedro en su casa de la calle Zuviría, en cuyo fondo tiene su improvisada carpintería con todos los elementos necesarios para atender trabajos que no son posibles realizar en los domicilios, donde acude en forma permanente para ejecutar diversas tareas del oficio.

La charla fue extensa, muy extensa, porque tiene la particularidad de asociar e hilvanar recuerdos que surgen espontáneamente. Harían falta varias Mirá para reproducir tantos recuerdos. Hoy, como adhesión al Día del Carpintero (19 de marzo), nos limitamos a referir el citado oficio y mechar con algunos detalles de su vida.

Pedro nació en Italia. La frescura de sus palabras rememora sus orígenes, a más de ochenta años de abandonar el Viejo Continente. “Vivíamos en un valle donde hay más de 60 pueblos, todos de 3.000 habitantes. La provincia es Lucca, mi pueblo es Pieve Fosciana. Allí cruzamos la calle y estamos en otro pueblo”, evoca con nostalgia y se emociona cuando recuerda a sus antepasados y la familia que aún vive en le península itálica.

Felizmente, hace pocos años pudo visitar su terruño natal y enriquecer sus recuerdos. “La casa donde nací era toda de piedra, en este momento debe tener 750 años”, acota y luego trae al relato momentos familiares diferentes, algunos no muy gratos, y el retorno de su padre de la guerra con las secuelas que ello significa.

Como tantos italianos, su padre vino solo a la Argentina. “Estuvo primero en San Telmo –recuerda Pedro- donde trabajó como carpintero. Y el tío Angelini, hermano de mi mamá, -acota- trabajó en Guanaco en el año 1908. El colegio San José viejo también lo hizo él”.

“Después volvió a Italia, nosotros teníamos hambre y miseria. Pero en el mismo barco decidió pegar la vuelta. Cuando llegaron a Barcelona se intoxicó con sardinas, porque le gustaban mucho. La pasó mal, el barco en Canarias se rompió, después se hundió y murieron 1400 personas. Mi padre zafó y pudo volver a la Argentina”.

EL DR. ARTIGAS LE SALVÓ LA VIDA
En migraciones lo derivaron a Pehuajó. Vivían en la calle Estrada, donde después vivió Marchi. Vino ahí entonces con las secuelas de la intoxicación. Lo curó, lo salvó, el finado Dr. Artigas. Él le dijo “lo vamos a sacar Biagioni”. Él mismo iba a la estación a buscar el hielo porque no había en Pehuajó. A los 6 meses pudo levantarse, empezó a andar, y dijo este pueblo es el mejor del mundo y no me voy más”.

“En esa época Pehuajó tenía alrededor de 3000 habitantes, 1690 eran italianos y 1630 argentinos. Primero vivimos a una cuadra de acá (Zuviría 235) en la casa que después fue de los Mansuelo”, señala Pedro entre un cúmulo de recuerdos que se entremezclan con sus vivencias, las de sus padres y las de sus abuelos.

CARPINTERO DESDE NIÑO
Volviendo al motivo de la entrevista. Biagioni relata su actividad. “Tenía cinco años cuando empecé a trabajar en la carpintería de mi padre. A los ocho agarré la máquina. Iba a la escuela, dejaba los libros y me iba a la carpintería que estaba en mi casa, en Rivera Indarte 750”.

“Estuvimos en esa casa hasta que fui a tercer grado porque la vendimos para ayudar a un amigo. Y el problema era adónde ponía mi padre la carpintería. Con la ayuda de mi tío conseguimos un permiso municipal y pudimos ponerla en la esquina”. Más tarde, se trasladarían a la calle Encina.

LA EXTENSIÓN DE LA LUZ ELÉCTRICA
Entre otros datos, Pedro remarca: “Mi familia llevó la luz al barrio porque en ese momento terminaba en la Escuela 9, en Gutiérrez y Del Campo, y como mi papá precisaba la trifásica para hacer andar la máquina que había comprado. Entonces habló con el gerente de la usina y le dijeron que tratara de conectar a diez vecinos entonces llevaban la luz hasta la Rivera Indarte. Conseguimos gente pero tenía miedo que se les prendiera fuego la casa. Decían que era peligrosa”.

ADOLESCENTE Y ALBAÑIL
Ya en la adolescencia Pedro cambió de actividad. “A los 17 años le dije a mi padre: “papá, me voy. El que quiere una puerta que se la haga, por veinte centavos no trabajo más”. Me fui a trabajar de peón de albañil, apenas sabía agarrar la pala. Después de trabajar con unos constructores me fui con mi tío y ahí agarré la cuchara. Ya era albañil”.

“Después me fui al campo, a la Estancia El Trío, que era de Campión. Porque en el año 1941 habíamos ido con mi papá hacer un tinglado y el viejo que era encargado de toda la obra me quería muchísimo. Estuvimos dos meses ahí”.

OTRA VEZ AL MARTILLO Y FORMÓN
Alejado del ámbito rural, Pedro retornó a la ciudad: “Volví a trabajar con mi tía y cuando me recibí de perito contable empecé a trabajar en la mueblería de Steiner, donde además de lustrar y limpiar le cobraba las cuentas, hasta 660 cuentas tenía que cobrar. Después me fui a Galver, donde habían trasladado al carpintero y necesitaban uno. Yo estaba cobrando 90 y el encargado de Galver me dijo acá vas a cobrar 120. Era un jueves y tenía que empezar el sábado siguiente. Ese mismo día le dije a Steiner que me iba a Galver. Me preguntó cuánto te van a pagar. 130 le dije y me contestó porque no me lo dijiste yo te los pagaba. Le dije si antes no me los dio es porque no los merecía y hasta los libros llevaba ahí. El sábado ya estaba trabajando en Galver”.

SIEMPRE LA MISMA TAREA
Años posteriores y hasta nuestro días, Don Pedro siguió cultivando, en distintos ámbitos pero con el afecto de siempre, el noble oficio de carpintero, superando etapas y dificultades al mismo tiempo, pero con la férrea voluntad e inalterable ímpetu, propio del espíritu italiano.

Hoy, pronto a cumplir 90 años, Pedro, el carpintero, no se queda quieto. Hace trabajos en casas de familia, en comercios, y cuando es necesario en su casa, donde el galpón del fondo, pese a los años y a las limitaciones propias de la edad, tiene el sabor y la fragancia de la madera.

Pedro Carlos Félix Biagioni, un ejemplo para tener en cuenta. Los años además de generar experiencia, cuando se manifiestan activos como en la mocedad, parecen no tener peso ni influencia alguna.

Así es Pedro, andador incansable, conversador acérrimo, activo, inquieto y con una vida como para escribir un libro. El próximo 23 de junio cumplirá 90 años, pero su espíritu tiene muchos, pero muchos, menos.

Recuerdos

*”Llegamos acá un 15 de agosto de 1927. Todo era viento y tierra, mi madre quería volverse. Nosotros salimos de Génova, en el barco Julio César, venían 4500 personas”.

*“Cuando llegué a Pehuajó tenía cuatro años. Me hice amigo del hijo de un tal Sauco, que también tenía 4 años. Yo tenía 4 centavos y le dije al pibe vamos a comprar caramelos. Fuimos hasta Zanni al “boliche de los parao” y no tenía caramelos. Seguimos y llegamos al boliche de Tallarico, que estaba a una cuadra de la Sociedad Italiana. Era un viejito y tampoco tenía caramelos. Pero tengo 4 nueces nos dijo, la llevamos y nos jodió porque cuando las abrimos en la calle estaban podridas”.
*Era todo baldío. La casa, en la calle Rivera Indarte, tenía 750 metros de terreno. En Italia con 2 metros hacen quinta. Acá los yuyos tenían dos metros de alto. A los tres meses, mi padre lo transformó, y en lugar de yuyos había lechuga, perejil, zapallos, de todo”.

* Pedro Biagioni no ha sido ajeno a la vida institucional de Pehuajó. Fue activo protagonista en la Asociación Bomberos Voluntarios, en los tiempos cuando se construyó el cuartel; en el Colegio San José, en la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos, en el club Defensores del Este, en la cooperadora de la Policía Caminera y en el club de pesca “Las Mellizas”.
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