La vaca empantanada

Felix Peyre
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Se había metido en la laguna impulsada por el ansia de frescura. En verdad agobiaba el calor de aquella tarde de verano. Seguramente a medida que avanzaba y el agua cubría su cuerpo experimentaba un alivio insospechado.

Llegó hasta el centro mismo donde el suelo se hacía inseguro, resbaladizo y senagoso.
No lo podía prever, pero en un momento dado le resultó imposible despegar sus pezuñas del fango. Se sintió aprisionada en un cepo de barro. Su instinto certero -programación divina- la inmovilizó. Contuvo todos los movimientos -hasta el de sus esfínteres- pues cada uno de ellos, aún los más pequeños alentaban la avidez devoradora del piso movedizo, enemigo mortal.

Pasaron horas de silenciosa y resignada espera. Sólo la ayuda del hombre podía salvarla. Apenas la cabeza erguida sobrepasaba el agua. Fue entonces cuando la vio Benito, el peoncito de recorrida. Apuró el tordillo hasta las casas y advirtió del peligro a Don Pedro, el capataz.

Corrieron varios con lazos y caballos en ayuda de la imprudente. Llevó varias horas desempantanarla. Sumisa la vaquillona aceptó el lazo en su cuello y sin quejarse soportó los tironeos salvadores. Y aunque ella no ayudó en nada, temerosa aún del movimiento, finalmente la arrastraron hasta la orilla.

Segura ya, libre del agua y del fango, distensionó sus músculos contraídos y aflojó sus esfínteres para aliviar el dolor en el vientre hinchado.

Y fueron Don Pedro, Benito y los demás comedidos quienes recibieron el premio de imprevisible salpicadura de orina y excrementos.

-¡Es inútil! -exclamó Venancio, el más viejo del grupo- ¡No se puede ayudar a nadie en apuros. Al final te carga la cuenta de su ingratitud!
-Así son las vacas -dijo Don Pedro.
-¿También los hombres? -preguntó Benito, el peoncito.

¿Por eso dice siempre el Padre Misionero: no esperen recompensa por las buenas acciones sino solo de Dios, el mejor jugador?

(+) Pbro. Julio E. Vicario
04/8/1921 – 15/08/2009
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