“El único trabajo que tuve toda la vida fue mozo”

Felix Peyre
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Cuando todavía usaba pantalones cortos comenzó a olfatear el mundo de la gastronomía. Tiene 68 años y no conoció ni hizo otro trabajo en vida. Mozo, por excelencia, pero conocedor y experimentado prácticamente de toda actividad gastronómica. A través de Eduardo “Cacho” Blanco echamos una mirada al álbum de los recuerdos y rendimos homenaje a todos los trabajadores gastronómicos que celebraron su día el pasado 2 de agosto.

“Cuanto más tiempo pasa, más aprendes”, sostiene Cacho y hace hincapié en la necesidad de modelar el carácter para atender de la mejor manera a la gente. El recuerdo de las grandes comidas que organizaba Ormaechea, las enseñanzas de Lombardero y las “picadas” en confitería Selec.

“Cacho” Blanco, hoy de cabello y enorme bigote blanco, evoca sus comienzos: “tenía doce años cuando me llevó Ormaechea a trabajar de mozo. Pero después seguí haciéndolo en distintos lugares. El único trabajo que tuve toda mi vida fue mozo. Trabajé en casamientos, cumpleaños, bautismos, restaurantes… Y no sólo en Pehuajó, he trabajado en eventos en varias localidades de Pehuajó y la zona. Estuve en Trenque Lauquen, América, Carlos Casares”.

Al referirse a las características del oficio, considera que “es un trabajo que cuanto más tiempo pasa, más aprendés” y remarca “tenés que tener mucho carácter, y a su vez, estar muy tranquilo. Tenés que tener temperamento porque como los clientes pagan se piensan que tenés que ser sirviente de ellos y no es así. A los mozos, a veces, se los quiere pisotear”.

Y al hacer comparaciones, “Cacho” afirma que “trabajar en una fiesta es más fácil que en un comedor, donde tenés que ir con la cabeza más despierta porque sino no entendés nada. Te piden diez cosas de fiambre, diez cosas de parrilla, después te piden postres y te vuelven loco…”

“Pero es más cómodo y lindo trabajar en un cumpleaños, un casamiento o un bautismo porque estás cuatro o cinco horas con la misma gente. Es mejor que en un restaurante donde cada 15 minutos los clientes van cambiando…”

Y en apretada síntesis del camino recorrido, rememora: “primero aprendí el trabajo de restaurantes y más adelante empecé con la bandeja. Trabajando con Ormaechea aprendí mucho. Nos llevaba a todos lados e hice mucho comedor. Después aprendí con la bandeja, con Don Lombardero. Con él también salí haciendo parrilla”.

“Otra cosa que hice –añade- fue lavar vasos en Torra, cuando estaban XXX y Pernas, cuando sólo tenía 13 años. También trabajé en Selec cuando estaba el Gordo Monte. Éramos seis o siete mozos, ahí era una cosas de locos como se laburaba, había mesas hasta Galver. Se paraba un cliente y ya se sentaba otro”.

Blanco se muestra conforme, al evaluar más de 50 años de actividad: “con el trabajo de mozo se gana bien. Haciendo bien las cosas, ganás bien. Tanto en los bailes como en los comedores de otros tiempos donde ganábamos por mes. Lo que son terribles son los horarios de trabajo. Trabajás toda la madrugada y no estás mirando la pared. Tenés que hacer un montón de cosas… Caminás muchísimo y cuando hay escaleras, como en el club Atlético, es terrible”.

Como suele suceder en otros oficios y/o profesiones, es muchísima la gente que se atiende, hasta dos o tres generaciones de una determinada familia. Al respecto,
Eduardo Cosme Blanco, acota: “he conocido mucha gente, de todos los ambientes de la ciudad. He trabajado en bautismos de chiquitos, después trabajé cuando tomaron la comunión y hasta cuando se han casado. Así, con mucha gente me ha pasado”.

Y el cúmulo de relaciones crece, porque aún sigue en actividad, en la cantina de Defensores (el club de sus amores), en fiestas familiares y los domingos en los bailes del Sindicato Municipal. Siempre predispuesto, con la misma postura, con carácter armónico para responder a los requerimientos de la gente. Así es Cacho, testigo viviente de la historia gastronómica pehuajense.

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